jueves, 24 de noviembre de 2016

La gestación y desarrollo de una obra maestra




Con motivo del estreno en algunos cines del documental 'Omega' (si pueden no se lo pierdan) basado en los diarios de grabación de Antonio Arias (091, Lagartija Nick) recupero aquí un suculento texto de la gestación de ese punto y aparte que fue la obra maestra morentiana inspirada en Leonard Cohen y el 'Poeta en Nueva York' de Federico García Lorca. El texto es una recopilación de relatos espontáneos para un foro de internet a cargo de uno de los implicados, el ya desaparecido periodista y músico granadino Jesús Arias (hermano de Antonio). También para el visitante ocasional apuntar la existencia de aquellos otros relatos sobre su amistad con Joe Strummer (The Clash).



Texto de Jesús Arias
Copiado y pegado de elforosecreto
Originalmente en ipunkforo

Aunque parezca paradójico, o rebuscado, o incluso calzado para que la historia suene bonita, ‘Omega’, el disco basado en el poema de Federico García Lorca ‘Omega (Poema para muertos)’, surgió en un cementerio. En el cementerio de Granada, en agosto de 1995, durante el entierro de Rafael Fernández Píñar, un amigo íntimo de muchos músicos y poetas en Granada que había sido concejal de Cultura en el Ayuntamiento de Granada y que acababa de fallecer tras un accidente de tráfico. Rafael se iba de vacaciones a Francia con Lorenzo Capellán, otro concejal socialista, cuando, mientras dormía en la caravana trasera, el coche se estrelló. Los golpes que Rafael recibió fueron mortales de necesidad. No obstante, pudieron mantenerlo con vida los servicios de Urgencias en Valencia y luego trasladarlo a Granada, donde se le diagnosticó una muerte clínica. Tras una semana en coma, la familia de Rafael decidió desconectarlo y donar todos sus órganos. Él tenía entonces, creo, unos 49 años, y estaba casado con una preciosa chica marroquí. Muchas veces él y yo, que por entonces también tenía una novia marroquí, habíamos hablado sobre lo complicado que era estar con una chica cuya familia no nos admitiría nunca por ser ‘infieles’, cuyo padre nos odiaría por ser españoles... cosas así. Era un amigo, un colega de charlas nocturnas y un tipo curioso y entrañable. Murió de noche, tranquilamente, en un día de luna llena.

Al día siguiente fue el entierro. Prácticamente toda la Granada cultural, desde Miguel Ríos a Luis García Montero, se reunió en el cementerio. Fue un acto triste, con mucha melancolía. A mí se me vinieron a la cabeza unos versos que luego anotaría en mi cuaderno de notas: “El amor puede morir en una esquina / o en un accidente de tráfico”. Desde que conocía a Joe Strummer, había aprendido de él su disciplina de llevar un cuaderno de notas siempre encima y anotar cualquier cosa que se me viniese a la cabeza, cualquier idea. Y así estuve toda la mañana del entierro, apuntando frases, gestos, miradas, versos... lo que fuera.

Una vez terminada la ceremonia, cuando ya todos nos despedíamos unos de otros, me encontré con Raúl Alcover, cantante, productor de flamenco, un tipo inquieto como nadie, ingeniero de sonido, organizador de conciertos, amigo mío desde tiempos inmemoriales, cuando los T.N.T. empezábamos y él era un cantautor famoso en Andalucía y empezó a citarnos en las entrevistas de radio como uno de sus grupos favoritos. Raúl Alcover, un tío bastante desconocido a nivel nacional, es uno de los personajes que más hilos mueven en Granada. Es alguien a quien Miguel Ríos llama cuando tiene problemas o quien puede componer la banda sonora de una película en cuestión de un mes.

Charlamos y se ofreció a llevarme a casa en coche. Nos fuimos juntos de regreso a Granada y nos preguntábamos qué estábamos haciendo los dos musicalmente. “Estoy bastante jodido últimamente, Jesús”, me dijo. “Muy atascado. Estoy con Enrique Morente produciéndole un proyecto extraño. Quiere hacer un disco de versiones en flamenco de Leonard Cohen, y todo empezó de puta madre, pero ahora estamos en dique seco. Estoy viviendo en su casa y llevamos dos semanas sin que salga nada nuevo interesante. Nos estamos empezando a poner nerviosos los dos”.

Aquello me dio una idea. Yo estaba por entonces trabajando en una cosa que consideraba bastante loca: mezclar el ‘Helter Skelter’, de The Beatles, en plan salvaje canción punky con el poema ‘Niña ahogada en un pozo’, de Federico García Lorca, del libro ‘Poeta en Nueva York’. Hacía tiempo que estaba trabajando en la idea de convertir los poemas de ‘Poeta en Nueva York’ en canciones punk utilizando tanto versiones salvajes del rock como temas propios. Había estado rondando en mi mente adaptar ‘Pequeño vals vienés’ a una versión algo más salvaje de la canción ‘Take this waltz’, de Leonard Cohen.

Y ahora estaba Raúl Alcover hablándome de Enrique Morente queriendo versionear en flamenco a Leonard Cohen. Le dije a Raúl: “Pues yo estoy trabajando en la idea de mezclar ‘Helter Skelter’, de los Beatles, con un poema de Lorca”. Le expliqué lo que estaba haciendo y a Raúl Alcover le entusiasmó. “Eso le podría interesar a Morente”, me dijo. “Si quieres, se lo digo”. “Por mí, de puta madre”, le dije yo. Y entonces le hablé a Raúl de ‘Omega’.

Hago un inmenso ‘flash-back’ hasta 1983, es decir, 12 años antes, en un proceso que me llevaría hacia ese ‘Helter Skelter’ del que le estaba hablando a Raúl Alcover.

Pongo en antecedentes: A finales de 1983, cuando los T.N.T. ya habíamos grabado el maxi-single ‘Rimado de Ciudad’ y el LP ‘Manifiesto Guernika’, mi relación con poetas y escritores de Granada como Luis García Montero, Javier Egea o Álvaro Salvador, la corriente poética conocida como ‘La otra sentimentalidad’, me había llevado a interesarme mucho por la poesía, y por la poesía más moderna, por la Generación del 27, Jaime Gil de Biedma, la Generación de los 50, Ángel González, Carlos Barral y demás. Quería aplicar a nuestras letras de rock los principios de la poesía: huir de la rima, buscar metáforas contundentes, lograr que las canciones no fuesen meros ripios tipo “en la gran ciudad/no dejo de amar” y cosas así. Huía de eso como de la peste. Y tenía mis conflictos con otros letristas por eso, porque me trataban de pedante o pseudo-poeta y cosas así. Pero bueno, yo iba a mi puto rollo: quería hacer algo diferente.

Un día, a finales de 1983, con la paga de un concierto o algo así recién cobrada, es decir, con el bolsillo lleno de dinero para gastármelo en lo que quisiera, me fui de compras. Me compré un montón de libros y un montón de discos y, al llegar a casa, me puse el disco que más ganas tenía de escuchar, el último LP de Peter Gabriel, y el libro que me apetecía leer, una antología poética de Federico García Lorca de sus libros ‘Poeta en Nueva York’, ‘Tierra y Luna’ y ‘Poemas sueltos’.

Me tumbé en la cama, puse el disco de Peter Gabriel a todo volumen, y abrí el libro de Lorca. El disco de Peter Gabriel comenzaba con la canción ‘The rhythm of the heat’. Tremenda canción, con efectos impresionantes y un ritmo obsesivo, inquietante, lleno de alfombras de sintetizadores y voces lejanas. Amenazante. Mientras, ojeaba el libro de poemas de Lorca.

Llegué al poema ‘Omega (poema para muertos)’, que me pareció ridículo mientras lo leía: todos los versos terminaban en ‘a’: “Las hierbas / yo me cortaré la mano derecha / espera”. Me parecía tan malo que lo leí y lo releí una y otra vez tratando de encontrar de qué iba el poema. Me llamó la antención que, conforme el poema continuaba, la expresión ‘Las hierbas’ iba en crescendo. Primero decía ‘Las hierbas... etc’. Luego: ‘¡Las hierbas...!’, Luego: ‘¡¡Las hierbas!!...’ y finalmente, y así terminaba el poema: ‘¡¡¡Las hierbaaasss!!!”.

Ese último verso coincidió justo en el momento en el que Peter Gabriel daba un grito salvaje, casi flamenco, en ‘The rhythm of the heat’ y, a continuación, estallaba todo un ejército frenético de percusiones africanas. Algo bestial. Todo un estallido de sensaciones, de emociones, de una fuerza brutal. Me quedé mirando el último verso de Lorca, el de ‘¡¡¡Las hierbaaassss!!!’ y escuchando la música. Verso y música encajaban a la perfección.

Terminó la canción y la puse otra vez. Y otra vez me puse a leer el poema. Y volvió a terminar y me la volví a poner y a releer el poema. Y poco a poco, poema y música fueron encajando en mi cabeza.

De pronto tenía en mi cabeza un poema y una estructura musical acojonantes. Peter Gabriel y Lorca. La hostia. A partir de ahí no dejé de darle vueltas a la cabeza a esa idea.

Semanas después, llegué a un ensayo de los T.N.T. con esa idea y le expliqué al grupo lo que se me había ocurrido. Me miraron como un bicho raro y vi que todo había caído en saco roto. Pero suele ser normal. Muchas veces llegas al ensayo con una idea, te dicen que te has vuelto loco, y te olvidas de ella.

A mí, en cambio, aquella idea se me quedó absolutamente clavada y, con el paso del tiempo, fui transformando mentalmente la voz de Peter Gabriel por la voz de un cantaor flamenco, que tenía el mismo quiebro. Así llegué, en 1988 o 1989, a la voz de Enrique Morente, cuando José Antonio García (ex TNT, entonces cantante de 091) me pasó una cinta de Morente en la que había una seguiriya llamada ‘Mírame’: Sobre un teclado que pulsaba una sola nota, un solo acorde todo el tiempo, Morente se cantaba una seguiriya antológica.

Hoy, casi todas las películas de Hollywood empiezan así: una orquesta hace de alfombra, marcando una sola nota, y un cantante árabe, o africano, o vietnamita o escocés, esboza una melodía, sin que la alfombra cambie. Pero en ‘Mírame’, Morente era el precursor. Me vino a la mente ‘Omega (poema para muertos)’, de Lorca: Así tenía que ser el principio de ese poema: una nota y un cantaor haciendo una seguiriya. Y el cantaor debía ser Morente.

A Morente lo conocía superficialmente desde hacía muchos años. Nos saludábamos en las fiestas, charlábamos de vez en cuando, él como flamenco, yo como rockero, con cierto recelo siempre. Hasta 1992, en que me nombraron jefe del gabinete de prensa del Festival de Música y Danza de Granada en un certamen en el que él participaba.

Yo, además de jefe de prensa, era el responsable de una revista que tenía que dar difusión a todo el certamen, y escribí un artículo de dos páginas dedicado a Morente en el que lo ponía por las nubes.

Una de esas mañanas en las que él ensayaba para el concierto en el Auditorio Manuel de Falla, donde yo tenía la oficina, coincidimos a la hora del descanso en el bar. Se acercó a mí, me dio un abrazo y me dijo: “Has escrito el artículo más bonito que jamás haya podido escribir alguien sobre mí. Muchísimas gracias, tío”. Yo me reí, charlamos y, en mitad de la conversación, le solté: “Tengo una idea muy loca que tal vez te gustaría hacer algún día”. Me preguntó: “¿Cuál?”. Y le hablé de ‘Omega (poema para muertos)’, de Lorca, de Peter Gabriel, de su seguiriya. Le fascinó. “Tenemos que hablar de eso”, me dijo.

Así pasarían años. Cada vez que nos encontrábamos, yo le soltaba mi idea de mezclar su seguiriya con ‘Omega’. “Joder, Jesús, cada vez me gusta más lo que me dices. A ver si un día, tranquilamente, nos ponemos a hablar de eso...”

Entretanto, los T.N.T. ya habían desaparecido oficialmente y yo me había concentrado en la nueva formación, prácticamente la misma, de los T.N.T., Exxon Valdez, con un proyecto nuevo, ‘Eclipse’, un disco muy loco. Pero el grupo estaba por entonces muy disperso, con todos los miembros involucrados en proyectos propios (José Antonio seguía todavía en 091) y con las ideas flotando mucho por el aire, en el plan: “A ver si nos reunimos y hacemos esto y lo otro...”. De modo que comencé a volcarme con Lagartija Nick, la banda de mi hermano Antonio. En ‘Inercia’ trabajé “ideológicamente” con ellos sobre conceptos, ideas (hay, de hecho, una canción llamada ‘Eclipse’, que surgió durante nuestras conversaciones sobre el germen de ‘Eclipse’, de Exxon Valdez) y en ‘Su’ me involucré más escribiendo letras de canciones, pasándole poemas a Antonio... Lagartija Nick se había convertido, por entonces, en mi banda favorita.

Fue en la época en que yo no paraba de escuchar a Enrique Morente y su ‘Misa flamenca’, una obra que me había dejado impactado la primera vez que la oí en 1990: Sobre voces de canto gregoriano, Morente iba metiendo, por cantes flamencos poemas de San Juan de la Cruz. Un disco tremendo, brutal. Luego estaba enganchadísimo con una canción suya, ‘En un sueño viniste’, un cante sobre versos de Al-Mutamid, un poeta andalusí del siglo XII o XII. No paraba de hablarles a los Lagartija Nick de Enrique Morente. Ellos, por su parte, estaban cada vez más interesados en buscar en todas las raíces de Granada para trabajar en un disco nuevo que fuese absolutamente diferente y revolucionario. Erick aprendía los ritmos flamencos a toda leche. Le dio por irse a todas las procesiones de Semana Santa para buscar ritmos y sonidos allí, por estudiar tradiciones granadinas y aprenderse toda la historia de Granada. De hecho, Erick es una de las personas que más saben de tradiciones granadinas en toda la ciudad. Mi hermano Antonio devoraba a Lorca, sus quiebros poéticos, sus metáforas...

Y llegó un momento en que, de pronto, todos confluimos en el flamenco de Granada, en Enrique Morente, en Lorca, en The Clash, en Leonard Cohen. Fue una puta casualidad. Pero surgió así. Los Lagartija Nick querían conocer y trabajar con un cantaor flamenco y estaban buscando a alguno para su próximo disco. Y Enrique Morente estaba encallado con Leonard Cohen.

De pronto, en el entierro de Rafael Fernández Píñar, coincidimos Raúl Alcover y yo, que seguía, por mi lado, tratando de musicar los poemas de ‘Poeta en Nueva York’ para un disco imposible mío, de los Exxon Valdez.
FIN DE ESTE LARGUÍSIMO FLASH-BACK.

Raúl Alcover me dejó al lado de mi casa y me pidió el teléfono. Eso era sobre las dos de la tarde. A las seis de la tarde, recibí una llamada de Raúl Alcover. “Oye, tío, le he hablado a Enrique de lo que me has contado, y me ha dicho que si te puedes venir a casa a contárnoslo a los dos”. Le dije que sí. Mencioné a Lagartija Nick y le dije que si podría llevar a mi hermano. Morente se puso al teléfono: “Jesús, hola, tío. Claro que te puedes traer a tu hermano, y a todos los Lagartija Nick, si quieres. Tengo muchas ganas de conocerlos. Nos vemos a las seis. ¡Qué grande eres! Me ha gustado muchísimo lo que me ha dicho Raúl de lo que estás haciendo”.

Llamé a mi hermano Antonio y le conté toda la historia. Se quedó entusiasmado. Él tenía muchas ganas de hablar con Morente de tú a tú, de músico a músico, y la tarde podía ser formidable. Quedamos, cogimos un taxi y aparecimos en la casa de Enrique Morente.

Nos estaban esperando él y Raúl Alcover. Morente nos contó que estaban atascados, que él quería hacer un disco de homenaje a Leonard Cohen pero que, a partir de la canción ‘Pequeño vals vienés’, también podría ser un homenaje a Lorca, a quien Morente adoraba. Me pidió que le explicara mi idea. Le dije que, igual que él quería hacer un homenaje a Lorca a través de Leonard Cohen, yo estaba trabajando en ‘Poeta en Nueva York’ a través de canciones salvajes. Me pidió que le tocara algo y me prestó una guitarra flamenca. Puso un cassette a grabar y yo toqué ‘Helter Skelter’ cantando la letra en español, con los versos de Lorca.

Morente flipó. Me pidió que le grabara la canción una y otra vez. Se la grabé un montón de veces haciendo variaciones. Luego mi hermano, que se había llevado el ‘Su’, de Lagartija Nick, lo puso y el disco sonó por toda la casa. “Yo quiero ser cantante de una banda de rock”, dijo Morente. Nos reímos. Nos invitó a cervezas, whisky. Insistió: “Yo quiero cantar con Lagartija Nick”. Balbuceó algunos versos de “Niña ahogada en un pozo”, lo grabó en cassette. Y yo le solté mi rollo de ‘Omega (Poema para muertos)’: hacer una canción con una seguiriya, grupo de rock y percusiones africanas, algo muy loco. Morente estaba entusiasmado.

Mi hermano y yo nos fuimos de su casa a las tantas de la noche, fascinados. Morente nos había pedido los números de teléfono. Quería hacer algo en serio con Lagartija Nick y quería que los rockeros y los flamencos de Granada nos encontrásemos más a menudo. Nos fuimos a casa y, nada más llegar yo a la mía, sonó el teléfono. Era Enrique Morente. “Jesús, esa idea de la que me has hablado, el poema ‘Omega’... ¿Tú podrías escribirme algo explicándome de todo el concepto que tú tienes, de todo lo que se te ocurre? Porque me ha interesado mucho”.

Aquella misma noche me puse a escribir un ensayo sobre ‘Omega’ y ‘Poeta en Nueva York’. Unas semanas después, creo que dos o tres, Morente tenía en su casa un estudio de 113 páginas sobre lo que significaba ‘Poeta en Nueva York’, el poema ‘Omega’ y todo lo que me gustaría que llegase a hacerse musicalmente algún día. Le explicaba como los libros ‘Poeta en Nueva York’, ‘Tierra y Luna’, el guión de ‘Viaje a la Luna’ (que era una respuesta cinematográfica de Lorca a ‘Un perro andaluz’, de Buñuel y Dalí) y la obra de teatro ‘El público’ pertenecían a un todo unitario que Lorca había concebido en Nueva York y que sería un libro con más de trescientas páginas que incluiría poemas, teatro, fotografías y guiones cinematográficos llamado ‘Introducción a la muerte’. Lorca, por las presiones de los editores, había ido desgajando partes de ese libro para darlos a la imprenta, pero que todo formaba parte de una misma entidad creativa. De hecho, hasta podías encontrar los mismos versos y las mismas metáforas en ‘Poeta en Nueva York’ y en ‘El Público’. No se podía entender una obra sin haber leído la otra.

Luego le explicaba mi idea de ponerle música a ‘Poeta en Nueva York’ de la forma más salvaje... Con la idea esencial de que ‘Omega’, el poema que debía cerrar ‘Introducción a la muerte’, debería ser el grito de un cantaor sobre el rascacielos más alto de Nueva York chillándole al mundo entre ruidos de helicópteros, ambulancias y astronautas...

Morente, sin embargo, aunque le entusiasmó la idea inicialmente, nunca llegó a estar convencido del todo hasta la noche en el que, en el pub Lokal, en la calle Puentezuelas, coincidió con Erick Jiménez en la barra. Era una noche de alcohol y salidas, de encontronazos por casualidad, de muchas copas. Enrique entró en El Lokal y allí estaba Erick Jiménez, borracho como una cuba, según nos contaría al día siguiente.

De pronto, ellos dos se pusieron a hablar, y Erick, tras una conversación misteriosa con Morente, se puso a golpear la barra. Comenzó lentamente, con un ritmo de seguiriya, siguió con una bulería por soleares y terminó, él solo, haciendo un fin de fiesta por bulerías. Demostró un dominio absoluto con los ritmos del flamenco. Fue un maestro de la percusión. Aquello decidió a Morente. “Si el batería toca así, con ese saber, el grupo tiene que ser fantástico”, me dijo Morente tiempo después. Aquello fue lo que lo convenció de que debía trabajar con Lagartija Nick y hacer algo verdaderamente fuera de lugar.

“Esto del ‘Omega’ hay que hacerlo ya. Y ponernos a trabajar mañana mismo, que si no vienen los otros y nos lo pisan”, le dijo a Erick. “Pues cuando quieras, Enrique”. “Pues mañana mismo. Que me llaméis mañana mismo. Que lo de Leonard Cohen está estancado, y Raúl Alcover ya está rayando el Mercedes antes de comprarlo y que esto hay que hacerlo mañana mismo”. Luego insistió: “Yo quiero ser el cantante de Lagartija Nick”.

Erick le tomó la palabra.
“Hay que hacer este Lorca. Éste sí que es Lorca. El de ‘Omega’”.

En el proyecto de 113 folios que había escrito para Morente sobre ‘Omega’ no sólo le había explicado cómo funcionaban los poemas de Lorca entre sí, cómo estaban interconectados y cómo unas metáforas llevaban a otras, y éstas a otras, y todo parecía estar encadenado en una especie de tela de araña fascinante... Ya puesto, y mientras iba explicando un poema y otro, me puse a imaginar cómo podrían ser musicados determinados poemas, qué versos podrían ser desgajados de un poema, qué ambiente musical podría haber en todo aquello.

Empezaron a ocurrírseme cosas: ambientes de hospitales, quejíos flamencos, seguiriyas con alarmas, el ruido del mundo en guerra y Lorca-Morente, gritándole al cielo desde lo más alto del Empire State Building de Nueva York. Como era absolutamente libre de escribir lo que quisiera para el proyecto, me puse a pensar por todo lo alto y, al final, lo que sólo iba a ser la colaboración inicial de Enrique Morente para un par de temas de Lagartija Nick, o la colaboración de Lagartija Nick para un par de temas de Morente, se convirtió en un inmenso y loco proyecto con no sé cuántas canciones, todo absolutamente demencial. Vertí muchas de las ideas en las que había estado trabajando para ‘Eclipse’ en ‘Omega’ y se me ocurrieron otras nuevas. Afortunadamente luego, ya durante el proceso puramente musical en sí, muchas de aquellas ideas fueron rechazadas para ‘Omega’ y volvieron tranquilamente a su proceso inicial de ‘Eclipse’.

Sé que suena un poco embarullado, pero trataré de explicarme: Yo llevaba mucho tiempo dándole vueltas a la idea de ‘Eclipse’, un disco que sucede en la Unidad de Cuidados Intensivos de un hospital mientras un hombre se está muriendo. Al surgir de pronto este nuevo proyecto, ‘Omega’, utilicé gran parte del material que ya tenía en ‘Eclipse’ para verterlo en ‘Omega’. Unas cosas sirvieron y otras no. Valga como ejemplo que mi planteamiento inicial de la canción ‘Omega’ era que se trataba de la canción que cerraría el disco y que sería una seguiriya flamenca cantada por Morente sobre un fondo de alarmas industriales, pilotos de helicópteros hablando por radio y un final con percusiones africanas estallando por todas partes en mitad de un bombardeo. La canción ‘Omega’ nunca llegaría a grabarse así. Ésa, sin embargo, continúa siendo la idea final para el disco ‘Eclipse’, canción que tiene por nombre hoy ‘Unidad de Cuidados Intensivos: a) La seguiriya del hierro’.

Cuando Morente, en el pub El Lokal le dio a Erick el “sí” definitivo a la idea de colaborar con una banda punk de Granada, Erick llamó inmediatamente a mi hermano Antonio al día siguiente y se lo dijo. Los Lagartija Nick se pusieron esa misma tarde a trabajar en lo que sería conocido como ‘El Monstruito’... Erick y Antonio, por esos días, no paraban de escuchar a los Nine Inch Nails, que mi hermano Antonio había descubierto poco antes que nos había dejado a todos tan noqueados como los Sex Pistols en su día. Discos como ‘The March of the Pigs’ and ‘Down the Spiral’ no dejaban de sonar en cada uno de nuestros equipos día y noche... Aquellas guitarras fulminantes, aquella baterías en cascada, aquella locura sonora... Todo era bestial.

Un par de días después, mi hermano tenía ya una melodía de bajo in crescendo que era muy muy buena. Y casi al día siguiente, Erick me llamó a medianoche, después de haber llamado a mi hermano, y me tocó por teléfono la batería que se le había ocurrido escuchando la cinta con el bajo: Era lo que hoy podéis escuchar en ‘Omega’ en el momento en que entra Lagartija Nick de una manera brutal. Un redoble de batería interminable que se apaga en seco para que entre Morente a gritar: ‘¡Las hierbaaasss!’. Me encantó.

Al día siguiente, llamamos a Enrique Morente: los Lagartija Nick ya tenían algo para comenzar a trabajar. Morente estaba excitadísimo. Quedamos con él en la Plaza de la Caleta y nos recogió en su coche, un Peugeot 204 blanco, y en el de su mánager. Era apasionante para todos nosotros ir a local de ensayo de Lagartija Nick en el coche de Enrique Morente, un mito del flamenco, tan bueno o más como Camarón de la Isla y con la idea de que él estaba tan entusiasmado como nosotros. Y yo, que musicalmente no tenía nada que ver, que no tocaría ningún instrumento, ni nada, el que más. Resultaba que, doce años después de haber pensado en la posibilidad de ponerle música algún día al poema ‘Omega’, iba a tener a la que consideraba -y considero- la mejor banda del punk rock español, Lagartija Nick, y al mejor cantaor flamenco español, muerto Camarón de la Isla.

Llegamos al ensayo de Lagartija Nick en lo que aquí se conoce como El Puente de los Vados, una serie de locales de ensayo a unos ocho o diez kilómetros de Granada en el camino hacia el aeropuerto. Un antiguo cortijo habilitado ahora los músicos. Junto a los locales de ensayo hay un bar de carretera en el que nos detuvimos para tomar cervezas y coca-colas antes de comenzar la sesión. Debían ser las seis o las siete de la tarde a finales de agosto, con un calor terrible.

El local de Lagartija Nick era uno de los más grandes. Una de las puertas traseras daba acceso directo al río Genil de modo que, a la hora de descansar, todo el grupo se salía a esa parte a fumar cigarrillos y escuchar pasar el agua. A Morente le encantó ese paisaje. Luego el grupo fue enchufando los instrumentos y calentando. Morente observaba con curiosidad y se mostraba sorprendido del volumen tan fuerte con que ensayaban. “Ahora entiendo toda la adrenalina que debe sentir Mick Jagger con los Rolling Stones”, dijo. “Esto es un trallazo. Yo, acostumbrado a ir con una guitarrica... Escuchando esto es que dan ganas de saltar y dar brincos como los Rolling Stones. Así está Mick Jagger, que no para cuando se sube a tocar. Vosotros lo que hacéis es poner petardos en el culo... Yo quiero ser cantante de rock”.

Los Lagartija estaban muy cohibidos. Desde aquel mismo momento, dejaron de llamar Enrique a Morente y empezaron a llamarle ‘Maestro’. “Maestro”, le dijo mi hermano, “a ver qué te parece lo que hemos preparado”. Y Erick comenzó a explicarle: “Se nos ha ocurrido que tú empiezas cantando con una alfombra el poema. Estás así, a tu aire, todo el tiempo que quieras y, en un momento determinado, entramos nosotros, y hacemos esto...”.

Miradas entre los Lagartija Nick. Guitarras como coches de Fórmula 1 en la línea de salida. Una tensión infinita. Erick marca la entrada: “Un... dos... Un... dos... tres... cuatro...” Y aquello fue brutal. Los Lagartija Nick entraron a saco como una puta ametralladora. Rechinaban las paredes. Morente se tuvo que sentar junto a la tarima de la batería casi tapándose los oídos. El mánager, Juan Mesas, igual. Se les vino el mundo encima. “Plack!!!!”. Silencio absoluto. Erick: “Y ahora es cuando tú cantarías, ¡Las hierbaaaaaas!”. Y vuelta al cañonazo. El grupo a toda caña. Morente con los ojos como platos, flipando. El grupo entonces se desgañita tocando toda la parte violenta del ‘Omega’, con las guitarras y el bajo sonando como auténticos poseídos. Un golpe seco. Silencio.

Erick: “¿Qué te parece la idea, Enrique?”.

Enrique se quedó un segundo en silencio. “Sin palabras. Estoy sin palabras. Esto es... la hostia. Virgen Santísima. Esto es brutal. Esto es lo mejor que me ha podido pasar a mí nunca. ¡Joder! ¡Venga un micrófono ahora mismo, que esto es muy grande...!” Luego se echó a reír mirando a Juan Mesas. “¿Pero tú has escuchado esto, Juan Mesas? ¡Esto es la leche! ¡Joder, joder, joder, lo bien que nos lo vamos a pasar!”. Luego, con esa forma tan peculiar de hablar que tiene, en que parece estar dudando de todo antes de decir una palabra, soltó: “Esto...Yo, yo desde ahora mismo, públicamente, aquí... ante vosotros, que sois mis testigos, renuncio públicamente al cante flamenco y decido convertirme en cantante de rock y cantante, si Antonio Arias, aquí presente, me lo permite, ser cantante de Lagartija Nick, con todos mis respetos para el flamenco y para el señor Juan Mesas y para el señor Jesús Arias, que espero que sirvan como testigos... Yo renuncio al flamenco y me hago del rock”.

Erick: “Del punk rock”.

Morente: “Pues también: del punk rock”. Y luego: “A ver ese micrófono, Antonio, por favor, que me quiero estrenar ahora mismo como cantante de Lagartija Nick”.

Antonio se soltó el bajo, enchufó la mesa de voces, sacó el micro, se lo puso a Morente, probaron un poco de sonido y, unos minutos después, Morente dio la orden: “Caballeros, cuando quieran”.

Otra vez, el estallido de Lagartija Nick, con las guitarras de Juan Codorniú y Miguel Ángel Rodríguez Pareja (de ahí lo de MAR Pareja, que mucha gente pensó durante un tiempo que se trataba de una chica) absolutamente rabiosas, el bajo de mi hermano en plena órbita y la batería de Erick en plena ráfaga. ¡Plaf! Silencio absoluto.

Morente: “¡LAS HIEEEEEEEEEEEEEERRRRRRBBBBBBBAAAAAAAAAASSSSSSSSSS!!!!!!!!!.

Estallido.

Morente: “¡LAS HIEEEEEEEEEEEEEERRRRBBBBBBAAAAAAAAAAASSSSSSSSSSSSS!!!!!

Otro estallido:

Morente: Ahora quebrando la voz:
“¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡LAS HIIIIIIIIIEEEEEEEEEEEEEEERRRBBBBBAAAAASSSSSSS!!!!

Y el grupo, a todo cañón, tocando ‘El Monstruito’. Las guitarras como locas, Morente fascinado, el bajo con distorsión, la batería, pura tralla.

Allí estaba ya el corazón de ‘Omega’. El corazón y el hígado y las vísceras y todo. Terminaron. Mi hermano Antonio le dijo a Enrique: “Esto es lo que tenemos por ahora. No sé qué te parece”. Morente le dijo: “Me parece lo mejor que he escuchado en mi vida. Esto es algo muy serio. Y en esto vamos a trabajar mucho, porque se me están ocurriendo muchas cosas ahora mismo. De que esto no se quede aquí solamente, sino de que hagamos muchas más cosas. Vamos a hacerlo de nuevo”.

Repitieron el ensayo una vez. Otra vez. Otra vez más. Morente empezó a buscarle matices a las cosas. Se le ocurrió que se podía meter un cante que tenía en la cabeza: “Tú vienes vendiendo flores, tú vienes vendiendo flores, las tuyas son amarillas, las mías de tós colores”. Poco a poco, musicalmente, se le iban ocurriendo ideas... que el estallido de Lagartija Nick debería ir más o menos a la mitad de la canción. Que había que buscar guitarras flamencas para darle más caña todavía a aquello... Y que nos fuéramos a tomar una cerveza, porque aquello le había dejado impresionado. Insistía una y otra vez: “Yo quiero ser el cantante de Lagartija Nick”. Y los Lagartija Nick, encantadísimos.

Me preguntaron que qué me parecía. Les dije que el hallazgo de ‘El Monstruito’ era genial, que yo tenía en la cabeza la idea de percusiones africanas como estallido, pero que aquello era brutal, buenísimo, y que la idea de que el grupo dejara de tocar con un golpe seco y dejar volar la voz de Morente sola, a su aire, era la hostia. No era mi ‘Omega’, pero era tan válido o mejor que el mío. Un puto descubrimiento.

Supe que, aunque yo había sido el que más interés había puesto en ese encuentro, que, aunque era, de todos los presentes, el que más había estudiado a Lorca y su mundo, quien tenía, digamos, el ‘concepto’ de la historia, lo que hicieran Lagartija Nick y Morente iba a ser la puta hostia. Me dí cuenta, igual que el primer día en que ensayé con los T.N.T., que las cosas entre músicos surgen por combustión espontánea. Hay cohetes que van a la Luna y cohetes que se derrumban al despegar. ¿Por qué? Nadie lo sabe. La química, supongo. Y en aquel encuentro entre Lagartija Nick y Enrique Morente había química por un tubo. Tuve esa sensación agradable, interior de: “Joder, tío... Ya están juntos. Ahora que vuelen. Misión cumplida. Algún día veré un disco con la palabra ‘Omega’ escrita en la portada y nadie más que yo sabrá que eso fue posible porque yo lo hice funcionar...”

Y eso es absolutamente cierto. El día que Morente me llamó para pasarme por fin el CD, y ví la palabra ‘Omega’ en grandes letras, en la portada, me acordé del día, aquel día de 1983 en que, tras un concierto, me atiborré de libros y de discos para llegar a casa, y leí por primera vez el poema ‘Omega (Poema para muertos)’, de Federico García Lorca mientras escuchaba ‘The rhythm of the heat’, de Peter Gabriel.

Aún tengo pendiente yo mi propio ‘Omega’. Una seguiriya que espero que algún día cante Morente, con sonidos de alarmas, helicópteros, astronautas y percusiones africanas:

LA SEGUIRIYA DEL HIERRO

Eclipse es que se apague el sol
que no se encienda la luna
Y que no haya más luz que la muerte...

La sesión se volvió a repetir al día siguiente, y Morente estaba cada vez más entusiasmado. La fuerza del grupo le parecía brutal y, personalmente, se llevaba de maravilla con Erick, con Antonio, con Juan Codorniú y conmigo. En cuestión de un par de días tanteando el poema ‘Omega’ y escuchando también a los Lagartija Nick tocar sus propios temas en el ensayo, estaba convencido de que el proyecto iba a ser histórico. “Los flamenkólicos nos van a meter en la cárcel por esto, Antonio”, decía medio burlón. “Esto no es música, esto es una barbaridad...” Luego se ponía a trabajar con muchas ganas y mucho interés, estudiándose el poema y viendo los planteamientos flamencos que podía emplear.

En uno de esos dos o tres primeros días de ensayos y tanteos, al terminar la sesión, nos fuimos al bar de al lado de los ensayos en el Puente de los Vados. Ya Morente traía consigo un grupo de amigos y seguidores a los que él les había hablado del proyecto y que se morían de ganas de escuchar a los Lagartija Nick. Todos estaban flipados. José Antonio Soler, Rafael Bermúdez. Extrañamente, y a pesar de que seguían trabajando juntos, Raúl Alcover no aparecía. De algún modo, Morente había encontrado una nueva dirección y quería, en cierto modo, ‘desembarazarse’ de todo lo que había estado haciendo hasta ahora con su proyecto sobre Leonard Cohen.

Enrique Morente y Leonard Cohen se habían conocido un par de años antes en Madrid y habían almorzado juntos. No era ningún secreto que Morente era un fan del cantautor canadiense desde hacía muchos años, al igual que lo era, y lo sigue siendo, de Van Morrison. (De hecho, hace muchos, muchos años, Morente se fue a una peluquería de Granada con una foto de Van Morrison cuando tenía pelo, y le dijo al peluquero: “Quiero que me pele usted como este señor, Van Morrison”. Desde entonces siempre se corta el pelo a lo Van Morrison y, si alguno se fija, veréis el enorme parecido físico entre los dos...).

De Leonard Cohen, Morente admiraba el tono tan profundo de su voz, que él aspiraba a lograr algún día, esa manera de cantar tan ‘a lo bajo’, su pasión por Lorca (una hija de Leonard Cohen, por cierto, se llama Lorca) y su actitud ante la vida. Leonard Cohen llegó a viajar a Granada en 1987 para visitar la casa-natal del poeta en Fuente Vaqueros, recién abierta y dirigida entonces por otro poeta, Joan de Loxa. Y aprovechó aquel viaje para hacerse fotos en el Albaicín que luego utilizaría en el disco ‘I’m your man’, el que incluía su versión del poema lorquiano ‘Pequeño vals vienés’, de Poeta en Nueva York, que Cohen adaptó al inglés como ‘Take this waltz’. Y lo más curioso aún: otro anglosajón, Joe Strummer, era un ávido fan de Leonard Cohen, tenía un metal de voz parecido al suyo, adoraba a Lorca y también llegaría a visitar la casa-natal de Lorca antes que el canadiense, en 1985. Leonard Cohen, Joe Strummer, Enrique Morente. Extrañas conexiones.

Durante aquella comida, Cohen le confesó a Enrique su pasión por el flamenco y por su trabajo. El almuerzo concluyó con una promesa de Morente de que algún día haría un disco con versiones en flamenco del cantautor canadiense. Leonard Cohen estaba absolutamente encantado con aquella propuesta porque, para él, era un auténtico honor que un cantaor flamenco de la talla de Morente se hubiera fijado en su obra.

De manera que, desde 1994 hasta el verano de 1995, Enrique había estado rumiando canciones, versiones, posibilidades... Había llamado a Alberto Manzano a Barcelona para que éste le tradujese los textos de las canciones y Manzano le envió inmediatamente su libro con las canciones de Cohen y nuevas traducciones de otros temas. Enrique, por su lado, se había hecho con toda la discografía de Leonard Cohen, que había devorado durante meses en el tocadiscos de su casa y había involucrado en el proyecto a Raúl Alcover como arreglista y adaptador musical, al poeta Luis García Montero, que le hizo adaptaciones de letras en temas como ‘Dama errante’ y ya tenía grabadas algunas maquetas caseras con temas como ‘Pequeño vals vienés’...

-------> Acotación al margen antes de que se me olvide y que a muchos le va a encantar: a la hora de preparar la grabación final de ‘Pequeño vals vienés’, Morente me comentó que le gustaría mucho que el instrumento principal fuese un acordeón y, mira tú por dónde, me acordé de aquel día de agosto de 1992 en el Campo del Príncipe con Joe Strummer y Fabrizzi y le conté la historia. Hacía tiempo que Fabrizzi no se dejaba ver por las calles de Granada. “¡Vamos a buscarlo!”, me dijo Enrique. “Yo quiero que Fabrizzi toque en esa canción”. Me recordó a cuando Joe quería encontrar la tumba de Lorca. Estuvimos buscándolo varios días por la calle Zacatín, que era donde solía ponerse a tocar por las mañanas, pero nunca llegamos a encontrarlo, porque, de haberlo hecho, la historia habría sido ya la hostia con Fabrizzi: un músico callejero que hace llorar a Joe Strummer y que, años después, graba con Enrique Morente. Fue una pena no encontrarlo...

Durante aquellas cervezas en el Puente de los Vados tras uno de los primeros tanteos, comenzamos a encarar lo que podría ser ‘la filosofía’ de la colaboración. Nosotros teníamos muy claro que no queríamos hacer algo en plan Triana o rock andaluz, por muy respetable que hubiera sido esa corriente. No. Queríamos otra cosa. Un enfoque diferente. Y Enrique quería lo mismo. Bien entrada la noche, Morente nos dijo: “Aquí, de lo que se trata es que cada uno vaya a lo suyo y haga lo suyo de la mejor manera: los Lagartija Nick siendo rockeros, punkis, tralleros, Lagartija Nick, y que yo vaya a mis cantes de la mejor manera posible”.

Y ahí fue magistral con esta lección: “Si yo cuadro una seguiriya a la perfección”, dijo, “y la clavo como tiene que ser, cabalmente, ningún entendido, aficionado o experto en el flamenco podrá ponerme reparos, lleve yo detrás una guitarra flamenca, una flauta travesera, una orquesta sinfónica o un grupo punk. Si yo clavo un cante por cabales, ahí se tienen que callar todos. Da igual la alfombra que lleve detrás. El guitarrista o la orquesta sinfónica son la excusa para que yo cante. Por eso, lo que yo tengo que hacer es flamenco puro, a mi estilo. Y vosotros rock a vuestro estilo. Y que esas dos cosas choquen entre ellas y a ver lo que sale de ahí”.

Estábamos completamente de acuerdo. Ni Morente tenía que ejercer de Mick Jagger (que le habría encantado), por cierto, ni los Lagartija Nick tenían por qué aflamencarse. Creo que ésa es una de las grandes claves del éxito de ‘Omega’: que cada uno siguió siendo puro en lo suyo. En el disco no había fusión de ningún tipo. Lo que había era un choque de trenes que corrían a toda hostia uno frente al otro.

Tras bastantes cervezas, Enrique nos invitó a todos a su casa. El hielo ya estaba roto por completo y todo el mundo hablaba con total confianza. Ese muro Maestro/músicos fans se había roto por completo y cada cual iba diciendo las ideas que se le ocurrían. Fue cuando nos confesó que no se sentía muy a gusto con lo que estaba haciendo con Raúl Alcover y que le encantaría que nosotros le echáramos un vistazo a las maquetas que tenía y a los discos de Leonard Cohen.

Recuerdo verme de pronto, en casa de Enrique, con un vaso de J&B en una mano (vendrían meses de J&B) y toda la discografía en CD de Leonard Cohen en la otra. Y no recuerdo cómo surgió la historia, pero es que mi hermano Antonio siempre ha sido así, un pozo de sorpresas, cuando él dijo que tenía en casa un disco de Tim/Jeff Buckley (nunca he sabido quién era el padre y quién era el hijo, el caso es que el disco era del hijo) en que hacía una versión tremenda del ‘Hallelujah!”, de Leonard Cohen. “¡Yo quiero oír esa versión!”, le espetó Enrique, “porque es precisamente en lo que estoy trabajando ahora”.

Y de pronto empezó a sacarnos papeles, letras, apuntes, a ponernos sus maquetas, a preguntarnos nuestra opinión, a pedirnos que lo ayudáramos. Se le ocurrió sobre la marcha que los Lagartija Nick podrían ser la banda de acompañamiento de Enrique para el proyecto de Leonard Cohen... A todos nos fascinó la idea. Yo sugerí que se podrían hacer dos discos: un primer disco con las versiones de Leonard Cohen mientras así íbamos teniendo tiempo para ir madurando y preparando el asalto final: ‘Omega’, con casi todos los poemas de ‘Poeta en Nueva York’, para el segundo. Morente, por su parte, ya estaba viendo que todo podría ir unificado: Cohen y Lorca en un mismo disco podría ser la leche. Yo veía ‘Poeta en Nueva York’ por otros derroteros pero, bueno, ni siquiera era uno de los músicos... Charlamos al respecto: Ya veríamos lo que hacíamos según fuesen surgiendo las cosas.

Morente acababa de encontrar un nuevo rumbo, totalmente diferente, sobre su proyecto de Leonard Cohen que, además, abría miles de paisajes nuevos con la inclusión de ‘Poeta en Nueva York’ y la participación de Lagartija Nick. Y los Lagartija Nick estaban absolutamente encantados: toda la conversación de Morente significaba que lo que iba a ser una mera colaboración puntual en un par de temas adquiría ahora dimensiones absolutamente desconocidas: iba a ser, podía ser, un LP entero con Morente.

La puta hostia.

Si a todo esto se une ya el alcohol, ese Morente hablándonos de Camarón de la Isla a las tres de la mañana, de cuando las familias de Camarón y Morente veraneaban juntas en Almuñécar y ellos se echaban sus noches enteras de peleas por cantes, compitiendo el uno contra el otro... Lo escuchábamos alelados...

Cuento algunos recuerdos de las cosas que nos contaban Morente en esas noches de encuentros en pleno verano, en su casa del Sacromonte. Una anécdota divertida fue una vez que lo contrataron para actuar en Moscú. Después de su actuación, hacía un frío del carajo en la calle. Estaban, por lo menos, a 20 o 30 grados bajo cero y él se refugió en un bar para combatir el temporal. Le sirvieron un vodka especial que se bebió de un trago. “Y ya no recuerdo más de lo que pasó en aquel bar de Moscú”, decía. “Lo siguiente que recuerdo es que estaba, de pronto, en medio de un desierto de nieve, con la nieve cubriéndome hasta los mismísimos cojones, más de un metro de alta. Y yo estaba absolutamente borracho y no veía nada. No se veía nada: ni edificios, ni coches, ni luces, ni nada. Todo con mucho resplandor blanco, pero ni señales de vida. Seguí caminando y caminando y caminando y nada. No veía nada: hasta que por fin me dí cuenta que estaba en la Plaza Roja de Moscú. Era tan inmensa esa plaza que, con un poco de niebla, no consigues ver un edificio. Cuando, después de mucho tiempo, logré tocar una pared en una acera, pasó alguien por allí y le dije en español que me llevara a mi hotel y, sin decir palabra, me llevó a mi hotel”.

Otra que nos hizo partirnos el culo de risa fue también en Moscú, con Tomatito y un montón de flamencos. Al regresar a España, en el aeropuerto, vieron que en una tiendan servían latas como de dos kilos de caviar ruso a precio muy barato, y todos los músicos se compraron un par de ellas para llevarlas a casa. A la hora de pasar la aduana, la Policía los paró: las latas de caviar ruso no podían salir de la Unión Soviética. O las vendían, o las entregaban a la Policía o las consumían... ¿Y qué hicieron ellos? Se sentaron tranquilamente en la sala de espera, compraron cucharas, abrieron las latas y se las comieron. “Estuvimos semanas enteras vomitando caviar ruso, que eso tiene mucho arte...”, decía Morente.

La casa de Morente era genial, porque siempre pasaba algo a cualquier hora del día o de la noche, siempre aparecía alguien en cualquier momento. Y luego, la familia de Morente, que es la leche de encantadora. Aurora, la mujer, es un cielo. Es gitana y tenía 16 años cuando Morente, bastante más mayor que ella, la conoció. Se enamoraron. Como él es payo, la relación era imposible. “Como no sea que me raptes y me dejes embarazada, Enrique, con mi familia no hay nada que hacer”. Y eso hizo: la raptó y la dejó embarazada. Cuando apareció con Estrella, la familia tuvo que aceptar por cojones a Enrique. Luego, aquello no les desagradaría en absoluto.

Y luego estaba Estrella, que en esa época tenía 14 años y era un bicho. Pero un bicho. Todo el día con Marina Heredia, que también tenía catorce años. Se escapaban de casa de Enrique para pintarse los labios, fumar cigarrillos y tontear con los niños. A Enrique aquello lo sacaba de quicio. “¡Ya te has pintado los labios, Estrella...!”... “¡Que no, papa...! ¡Que yo no hago eso...!”, mentía ella como una bellaca, y se le veía a la legua. Cantaba realmente bien ya por entonces y le fascinaba que la casa se llenara de rockeros punkis que se partían de risa con ella y la mimábamos demasiado. Luego estaba Sole, que tenía 12 años y que quería ser periodista. Siempre me preguntaba cosas, sobre qué libros leer, me hablaba de sus redacciones en el colegio... Para mí, siempre, la más entrañable de la familia, la más tímida, tal vez la que tiene mucho más mundo interior, porque Estrella, en todo momento, siempre fue la estrella de la casa, la que llamaba la atención, la que hacía reír a todo el mundo. Y Sole, ante eso, se quedaba más cortadilla... Y luego estaba el Kiki, que debía tener cinco o seis años. Inmediatamente congenió con Erick y con mi hermano. Por esa época estudiaba guitarra flamenca y lo dejó todo: “Yo quiero ser bajista de Lagartija Nick”. Flipaba con la distorsión del bajo y con la batería. Hasta tal punto llegó que mi hermano tuvo que darle algunas clases de bajo, porque él no quería ser flamenco, quería ser punki...

Días después de aquellas primeras veladas de alcohol, anécdotas, poesía, recuerdos y charlas, los Lagartija Nick ya habían preparado en su local de ensayo una versión eléctrica de ‘Pequeño vals vienés’, ‘Hallelujah’ y ‘Ésta no es manera de decir adiós’, de Leonard Cohen. Morente y sus mánagers se quedaron flipados en el ensayo del Puente de los Vados. ‘Pequeño vals vienés’ lo hacían exactamente así, como un vals a la batería y siguiendo los acordes de Leonard Cohen en ‘Take this waltz’. Pero, en el estribillo, con lo de ‘Toma este vals, toma este vals, toma este vals’, hacían una secuencia de acordes muy curiosa que era una especie de guiño o cita al ‘I want you’ de The Beatles. A mí aquello me gustaba. Era un hallazgo de mi hermano que me parecía super-original. No obstante, la versión no llegaba a superar a la que ya estaba grabada con Raúl Alcover y con sintetizadores simulando un acordeón. La versión eléctrica es la que Lagartija Nick y Morente siempre toca en los directos de ‘Omega’, mientras que la versión de Raúl Alcover, ya retocada y transformada, fue la que se incluyó en el disco. Pero me encantaba esa secuencia de acordes.

En ‘Hallelujah’, el grupo comenzaba muy suave, Morente iba esbozando la letra de la canción... Lentamente todo empezaba a ir ‘in crescendo’ hasta que estallaba la banda en plan gospel con ‘Aleluya, aleluya’. Muy buenos los ensayos de aquel tema. Igual que ‘Ésta no es manera de decir adiós’, que no recuerdo ahora mismo si llegó a ser incluida o no en el disco (hay montones de temas, tomas, sesiones, ideas, piezas, que se quedaron fuera de ‘Omega’ y que ahora los Lagartija Nick quieren editar/difundir en su página web). Pero un temazo.

En sólo una semana o dos el progreso de Lagartija Nick y Enrique Morente fue tan rápido (él ya sabía ecualizar su propia voz en la mesa de mezcla, igual que hacen los cantantes de rock, subirse o bajarse el volumen, ponerse su reverb... nada de estar sentado en una silla de anea canturreando ante un micrófono mientras un ingeniero de sonido le va metiendo efectos... nada de eso... Morente, allí, de pie, con el pie del micro ajustado a su altura, diciendo: “A ver, toca tú, Erick... Ahora va bien la voz”. Un cantante de rock. Lo que se dice un cantante de rock en su local de ensayo) que Enrique sugirió que, a partir de tres o cuatro días, todo lo que hicieran tendría que ser grabado como maquetas de ideas para luego, a la hora de meterse en un estudio, tener cientos de posibilidades entre las que elegir.

Eso es muy morentiano: a la hora de preparar un disco, Morente se va a un estudio no demasiado caro y allí se pone a componer, grabando pistas y más pistas, voces y más voces. Luego, jugando con las pistas, va mezclando unas voces con otras. Siempre graba algo como referencia básica y todo lo demás gira en torno a eso: sube una pista, baja otra, sube una tercera pista... Así hasta que consigue el efecto que buscaba.

Los Lagartija Nick, como las bandas de rock ‘normales y corrientes’, estaban acostumbrados a otro método de trabajo: ensayas en el local hasta que se te caen los dedos y te sabes la canción de memoria y te metes en un estudio de grabación cuando no tienes la más mínima duda. Grabas a toda leche para que el estudio te cueste lo menos posible. 5.000 pelas la hora es mucha pasta al final de disco... Pero ése era el estilo de Morente.

Antes de embarcarnos en un estudio de grabación en el que podríamos estar meses, Erick sugirió la idea de buscar una casa cualquiera, o el mismo local de ensayo, agenciarnos un 8 pistas y grabar allí todo lo que se nos ocurriera. Morente aceptó y Rafael Bermúdez, un director teatral de cincuenta años, con una entrañable madre de ochenta, un tío que había sido ayudante del director de fotografía de Stanley Kubrick en ‘Barry Lyndon’, nos ofreció eso, la casa de su madre, en una calle perpendicular a la calle Recogidas, paralela a la calle Luis Braille en Granada. Rafael Bermúdez llegaba de un divorcio reciente y una operación a corazón abierto. Era amigo íntimo de la cineasta francesa, apasionada del flamenco, Dominique Abel (que una de aquellas noches se quedó tirada en Granada y terminó durmiendo en mi cama mientras yo tenía que dormir en mi sofá...), un tío entrañable que dirigiría meses después, con mucho éxito, una adaptación de ‘El Público’, de Lorca, en Granada.

Bueno, pues en casa de la madre de Rafael Bermúdez se produjeron las primeras maquetas de ‘Omega’. Sonido muy cutre, pero banda y cantaor muy intensos. Momentos muy agradables. Yo, que seguía, paralelamente a ‘Omega’, con mi historia de ‘Eclipse’, y que había decidido hacer una versión punk de ‘En un sueño viniste’, de Enrique Morente, basado en un poema de Al-Mutamid, un rey andalusí de Sevilla del siglo XII, en uno de los descansos, agarré la guitarra eléctrica de Juan Codorniú y se la toqué a Enrique. “Jesús, tú me asustas”, me dijo. “No pasan treinta segundos sin que se te ocurra una idea nueva. ¿Eso es ‘En un sueño viniste’? Tú no eres ni tonto ni loco. De tonto ni loco no tienes ná...”.

Nunca he vuelto a ponerle esa versión a Enrique. El día que lo haga, se cae de espaldas... je, je, je.

En aquellas sesiones iniciales se grabaron el ‘Vals’, ‘Aleluya’, ‘Ésta no es forma de decir adiós’ y los preámbulos de ‘Omega’, pero, tras varias noches armando un escandalazo en todo el vecindario (eran Morente y los Lagartija Nick, recuerden, grabando a todo volumen en un bloque de pisos de vecinos, en un tercer o cuarto piso, a eso de las doce de la noche) se optó por la solución morentiana: un estudio de grabación...

Fue en aquellos días de grabaciones nocturnas, a todo volumen, entre las calles Recogidas y Alhamar, calles céntricas en Granada, llenas de vecinos que se quejaban del ruido, el griterio, del subir y el bajar de escaleras de mucha gente y del ruido de botellas (probablemente de whisky) que también subían y bajaban las escaleras, cuando apareció en escena Eduardo Rodríguez Valdivieso.

Tenía entonces 82 años. Moriría a los 84. Muchos disfrutamos de aquellos dos últimos años de vida como quien disfruta de un vino de la mejor cosecha. Él también disfrutó muchísimo de nosotros. Y todavía me alegra saber que su viuda me trata a mí como su nieto, a Enrique Morente como su hijo, a Andy García como su galán y a los Lagartija Nick como sus chiquillos. Montserrat Gabriel: qué gran mujer... Ahora vive en Barcelona y sigue enviándome postales de Navidad. Es punki. Y un día de febrero de 1997 entró en el Palacio de Congresos de Granada, ante miles de personas, con el alcalde de Granada y toda la intelectualidad y el ‘Tout City La Nuit’ granadino ovacionando, del brazo de Andy García, en el estreno de la película ‘Muerte en Granada’, como si ella fuese la gran vedette de la noche, mientras las vecinas de su bloque la veían aparecer, estupefactas, en las noticias del Telediario, tercera edición...

(Eso lo tengo que contar. Aunque más adelante...)

Eduardo Rodríguez Valdivieso era la única persona viva en 1995 que alguna vez llegó a conocer personalmente a Federico García Lorca. Y no sólo eso: Eduardo era el único destinatario que guardaba las cartas de amor más comprometidas que jamás había escrito el poeta a un amigo, salvo a aquéllos que debieron ser sus amantes y que debieron ser destruidas por las respectivas familias con la llegada del franquismo.

Eduardo tenía 17 años cuando conoció a Federico García Lorca en el carnaval de 1932, en el Hotel Alhambra Palace. Lorca, por entonces, ya era famosísimo en Madrid, Barcelona, Nueva York o Buenos Aires. Allá donde iba era acogido como un inmenso poeta. En Granada, ciudad envidiosa como ninguna, ciudad, que nunca aprecia a sus genios, a sus músicos o a sus amantes, Lorca era conocido, principalmente, por su homosexualidad. Lo llamaban ‘El de la cáscara amarga’, ‘El poeta de la cabeza gorda’, ‘El poeta maricón’...

En la ciudad, que él llamaría ‘la tierra del chavico, donde se agita la peor burguesía de España’, en la primavera de 1936, en una entrevista al diario ‘El Sol’, de Madrid, que resultarían incendiarias y fatídicas, se le tenía mucha manía. Manía cateta. Manía de burgueses pueblerinos. Sentimiento de traición, porque Lorca pertenecía a la clase acomodada granadina y, como tal, y como era la mayoría de sus amigos, él debería haber sido de derechas de toda la vida, poeta reaccionario, niño rico que pudo estudiar en Nueva York la carrera de Derecho e Inglés con 31 años, niño privilegiado que, sin embargo, regresó a España con obras de teatro revolucionarias y ateas como ‘Yerma’, en la que una vieja proclamaba: “¿Dios? ¡Dios no existe!”. O con ‘Bodas de sangre’.

Lorca, amigo de Manuel de Falla, de Zuloaga, de Fernando de los Ríos, creador del grupo de teatro La Barraca, que quería llevar por los pueblos recónditos de España el más fino teatro español del Siglo de Oro era, sobre todo, un disidente en Granada contra su propia clase. Contra los ricos de las azucareras, contra los privilegiados del Casino de Puerta real, contra los católicos creyentes de toda la vida. Hasta tal punto que un poema suyo, ‘Oda al Santísimo Sacramento’, dedicada a Salvador Dalí, de 1927, le supuso la enemistad de Manuel de Falla. Enemistad y decepción por parte del compositor gaditano que durarían hasta agosto de 1936, cuando Falla supo de la detención de Lorca y quiso interceder por él ante el gobierno civil -franquista ya- de Granada. Y Lorca era, encima, homosexual.

Mucho antes de aquello, apenas cuatro años antes, lo había conocido Eduardo Rodríguez Valdivieso. Fue en aquel Carnaval de 1932, según me contaría muchos, muchísimos años después, en 1993, Eduardo, Eduardillo, como a mí me gustaba llamarle. En agosto de ese 1993, Eduardo, después de muchas dudas, de años de silencio y cartas escondidas, había decidido ceder a la casa-natal de Federico García Lorca en Fuente Vaqueros, toda la correspondencia que conservaba de García Lorca. Una correspondencia que durante 60 años, había guardado ocultas tras una falsa pared de yeso. Eran unas cartas de amor desesperado que Federico García Lorca le había escrito confundido por un malentendido. Eduardo había guardado, pese a todo, tales cartas. Pese a la Guerra Civil, pese al franquismo, pese, incluso, a 20 años de democracia... Pese a su matrimonio con Montse, quien no supo nada de aquella historia hasta que Eduardo se la contó el día anterior a ceder las cartas a la casa-natal de Lorca. Nadie, en su familia, podría haber sospechado jamás que Eduardo fue, durante unos años, el gran amor no correspondido de Federico García Lorca.

“En Madrid hace un otoño delicioso”, le escribía Lorca. “Recuerdo el agua que tiembla en la fuente de Plaza Nueva, cuando yo era inocente y no había amado todavía...”... “Mi amor es como un pájaro al que tú puedes disparar con un tiro de escopeta...”. “Dime si me quieres y si quieres ser mi amigo...”

La noche en que se conocieron, en aquel Carnaval del Hotel Palace, en el bosque de la Alhambra, Lorca había aparecido disfrazado, como era la costumbre, y vestido de ‘dominó’, es decir, con media parte del cuerpo pintada de blanco y la otra media parte pintada de negro. Era famosísimo y todos le miraban y murmuraban a su paso: “Es Federico... ése es Federico García...”.

Al cabo de un rato, se acercó a la mesa en que estaban Eduardo y sus amigos, adolescentes que bebían coñac barato, anís o o “palomitas” (anís rebajado con agua helada en copas). Aquello fue “una sensación”, como me contaría Eduardo. Lorca se sentó con ellos, se puso a bromear, a jugar con las palabras y todos se echaron a reír. Hablaron y hablaron y hablaron. Bebieron. Lorca los invitó a todos a coñac y champán “del caro”, comentó Eduardo, y la velada terminó con todos juntos bajando por la cuesta de la Alhambra hacia Plaza Nueva... Se despidieron, avivados por el alcohol, con una gran familiaridad y mucha simpatía. ¡Habían estado con García Lorca, nada menos...!

Días después, mientras Eduardo regresaba de su trabajo como ayudante de banquero en la calle Reyes Católicos, escuchó una voz que lo llamaba desde una mesa en Puerta Real. “¡Eduardo!, ¡Eduardo!”. Era Lorca. Eduardo lo reconoció. Federico lo invitó a sentarse con él y unas parejas amigas. “¡Me alegra mucho verte, Eduardillo! ¡Siéntate con nosotros y tómate algo...! ¡Te invito yo!”. Eduardo se sentó, pidió una gaseosa, “espumosos” se llamaban entonces, muy famosos en Granada hasta los años sesenta, que era agua carbonatada y endulzada con sabores a menta, fresa, cereza... Agua de Seltz con azúcar y esencias aromáticas... Una tradición ya perdida...

Después de una intensa charla, en la que Eduardo se sentía cohibido, “amilanado”, me dijo en 1993, Lorca comunicó a los amigos que estaban en la mesa que volvía a Madrid de inmediato, porque había “muchos asuntos artísticos y poéticos que le reclamaban”. Le pidió a Eduardo su dirección en Granada porque “tendría mucho gusto en enviarle cartas, intercambiar postales y comentarle sus impresiones madrileñas de vez en cuando”. “Igual que hoy la gente se piden los teléfonos unos a otros”, me explicó Eduardo, “pues entonces nos dábamos direcciones, y recibir una carta era un símbolo de aprecio y recuerdo. Era muy grato en mi juventud recibir cartas, postales y ‘billetes’ (*)”

----> (*) ‘Billetes’ eran pequeñas notas escritas a mano, dentro de la misma ciudad, que alguien dejaba personalmente en el buzón de otra persona para una cita. Podían ser citas de amor, o simplemente citas de amigos para ir al cine... Lo que hoy sería un mensaje en un móvil<---------

Lorca y eduardo se intercambiaron direcciones y, a partir de aquel momento, fue cuando Eduardo recibió las cartas de Lorca. “Al principio fascinantes”, me contó. “Luego un poco incomprensibles”. “Después, por consejo de mi familia, que decía que Federico era de la ‘cáscara amarga’, no respondí. Y él pareció entenderlo. No me escribió más en ese tono...” “Ese tono...” era un ‘tono homosexual’. Invitaciones a que fuese a Madrid, a pasear juntos por parques, a hacer viajes a ciudades cercanas a Madrid, a ‘estar juntos...’

Eduardo, influido por su familia, dejó de responder a las cartas de García Lorca y, según me diría en 1993, le enviaría postales desde Granada hablándole de chicas que él había conocido, experiencias amorosas con las chicas y contándole secretos de amor juvenil... Lorca fue dejando de escribirle paulatinamente... No obstante, la amistad se mantuvo. Y fue tan intensa que, en 1934, Eduardo Rodríguez Valdivieso recibió una carta, muy en otro tono, de Federico desde Madrid. En ella, Lorca se quejaba de que Antonio Gallego-Burín, entonces rector de la Universidad de Granada y responsable del servicio de publicaciones de la Universidad de Granada, gran amigo de Lorca en tiempos pasados, estaba retrasando deliberadamente, en opinión de Federico, la edición de su libro ‘Diván del Tamarit’. Gallego-Burín, que en tiempos de Franco, en 1940, sería alcalde de Granada, le había pedido a Federico un poemario en 1933. Federico le envió lo último que estaba escribiendo tras su experiencia neoyorkina y cubana. Pero lo que debió leer Gallego Burín no tuvo que gustarle mucho, porque empezó a darle largas a Federico, a comentarle que tenía problemas de imprenta, a poner excusas, a comentarle por carta que algunos versos le parecían inapropiados hasta que Lorca, realmente enfadado, le escribió una carta a Eduardo Rodríguez Valdivieso.

Cito la carta de memoria porque no tengo a mano el libro con el epistolario de Lorca y Eduardo, que es impresionante. Lorca venía a decirle a Eduardo, más o menos, y en plan tajante, que fuese al Rectorado de la Universidad de Granada, que preguntase por Antonio Gallego Burín, que le pidiese el manuscrito de ‘Diván del Tamarit’ y que se lo reenviase a Lorca a Madrid, que en Madrid Lorca ya tenía editores.

Eduardo me contó la escena en primera persona: “Tú no sabes lo que es, cuando tienes 17 años, presentarte en un sitio en nombre de García Lorca, que te paseen por pasillos grandiosos, que te hagan esperar en un gran salón, que te reciba un rector y que tengas que decirle: “Vengo en nombre de Federico García Lorca, que me ha pedido el favor de que me entregue el manuscrito que él le envió de su libro ‘Diván del Tamarit’ para remitírselo inmediatamente a Madrid porque, según me ha dicho, hay editores interesados en publicarlo...”.

Gallego-Burín, que entonces era una eminencia en Granada, se puso furioso. “¡Con que Federico, ¿no? Y otra vez Federico, ¿no? ¡Ese niñato impaciente...!”. Gallego-Burín rebuscó entre sus cajones, encontró el manuscrito. “¡Pues aquí está el librillo éste...! ¡Tómalo...! Y díle a ese poetilla que no me mande nunca más poemas sobre maricones, que es lo que él es. Y se lo dices así, tal y como te lo digo yo a tí ahora mismo...”. “Que a mí estos poemas no me interesan, y que no los publico por eso, por ser poemas de maricón...!”.

Eduardo salió del despacho con el libro bajo el brazo, y se lo reenvió a García Lorca con el mensaje de Gallego-Burín. García Lorca y Gallego-Burín jamás volverían a reconciliarse en vida a raíz de aquel episodio. Y, de hecho, Gallego-Burín, al contrario que Manuel de Falla, nunca volvería a tratar de interceder por la vida de Lorca cuando éste fue detenido ni a pronunciar una palabra suya en su favor. Como tantos otros en Granada, ni dijo sí ni dijo no. Simplemente se callaron y miraron para otro sitio el día en que corrió como la pólvora la noticia en que se decía que García Lorca había sido detenido... Hoy, los hijos de muchos, y esa inmensa mayoría que tienen libros en casa dedicados por Lorca, se ufanan de ello... Habría que ver lo que hicieron sus padres o sus abuelos para ufanarse de esos libros...

Eduardo, que nunca se jactó de ser el mejor amigo de Lorca, ni el hombre que tuvo la vida de Lorca en sus manos, siempre me contó que tuvo unas experiencias terribles con Lorca. Nunca, ni en el momento de su muerte, confesaría si tuvo o no relaciones sexuales con Federico, que a mí, personalmente, me importa una mierda. Pero sí que tuvo que sufrir una auténtica tragedia personal al conocer su asesinato... Tienes un amigo, admiras a tu amigo, lees a tu amigo, los versos de tu amigo son puta poesía. Poesía para vivir, para sentir, para entender. Te matan al amigo...
Algo sucede. Algo tiene que suceder en tu mundo... Lorca era para Eduardo el equivalente de Joe Strummer para mí, o el equivalente de Mozart para Beethoven, o el equivalente de Bach para Mozart. El genio que se convierte en tu maestro. O el suelo sobre el que quieres caminar para subir el próximo escalón. Niezstche, Freud... Algo así. La gente que te hace crecer como persona, desarrollarte como ser humano. Eduardo Rodríguez Valdivieso me hablaba de Lorca así. Igual que yo hablo de Joe Strummer y tengo un montón de tópics, gracias a internet, con un montón de gente diciéndome ‘Gracias por compartir eso’, ‘Gracias, tío’...

Pues así nos sentíamos nosotros con Eduardo Rodríguez Valdivieso cuando él compartía con nosotros, a sus 82 años, todos aquellos con Federico García Lorca. Lorca ya no era el autor de ‘Poeta en Nueva York’, ni un personaje... Lorca era tan entrañable como Joe Strummer, tan físicamente vivo como cualquier otro ser humano que tiene algo que contar... Y hubo una noche magistral. Para recordar siempre. La noche en que, en El Campo del Príncipe, cité, por segunda vez, a Eduardo Rodríguez Valdivieso con Lagartija Nick y Enrique Morente. La noche en que, gracias a Juan de Loxa, de pronto estuvimos todos allí... Hubo intentos anteriores con Lagartija Nick y Eduardo Rodríguez Valdivieso en la Plaza de Gracia, con un Erick brillantísimo, hablándole a Eduardo de todas las tradiciones de Granada, con mi hermano Antonio fascinado por conocerlo, con los Lagartija Nick absortos, escuchándolo...

Eduardo Rodríguez Valdivieso, creo, no aparece en los créditos de ‘Omega’ o, si lo hace, es muy de pasada. Como Juan de Loxa. Pero ese hombre, con sus 82 años de entonces, nos dejaba a todos obnubilados, hipnotizados, extasiados. Era él ponerse a hablar, y todo el mundo se quedaba en silencio, escuchándolo... El mundo se detenía cuando él hablaba...

Decía de pronto, en medio de una conversación, “Federico tenía una voz de madera oscura...” Y se producía un silencio total, estuviésemos quienes estuviésemos. Recuerdo, una noche, en el hotel Saray, rodeados de actores y directores de Hollywood, cuando Eduardo, sentado en un sillón, respondió a la pregunta del actor Juan Diego: “¿Y cómo era Federico?”. Y Eduardo respondió: “Federico tenía una voz de madera oscura...”. Y se hizo un silencio total. Eduardo empezó a hablar de García Lorca no como el mito, ni el poeta, sino como la persona, el amigo. Y cada vez iba bajando más y más la voz, y contando los secretos.Y, conforme más secretos contaba, más actores de Hollywood se iban acercando. Todos ponían la oreja para escuchar: Esai Morales, Jeroen Krabben, Miguel Ferrer... Ian Gibson, que estaba con nosotros, empezó a preguntarle cosas, y Eduardo respondía, recordaba, narraba...

Revivió experiencias tremendas. Y lo notábamos porque se puso melancólico. La primera fue el 18 de julio de 1936. Era el santo de Federico García Lorca y él contó que había acudido a la Huerta de San Vicente, donde su familia pasaba los veranos, a felicitar a Federico y tomarse un refresco. Llegó sobre las cuatro de la tarde y le atendieron la madre y la hermana de Lorca. “Federico sigue durmiendo la siesta”, le dijeron. “Pero tómate una limonada aquí, a la sombra, mientras se levanta”. Al cabo del rato, apareció Federico, demacrado, según me contó Eduardo, y según le contó a Ian Gibson, blanquísimo, muy asustado...

“He soñado, Eduardillo, que yo estaba muerto o dormido, tumbado en el suelo, y que mujeres enlutadas me golpeaban con enormes crucifijos y que yo no podía moverme y que seguían golpeándome... Y así me he despertado”... La madre de Lorca, que estaba sirviendo café en ese momento, miró a Federico y le dijo: “Hijo mío, no digas eso, que me asustas, aunque sea en sueños”.

Eduardo Rodríguez Valdivieso recordaba la última vez que vio a Lorca (hoy todo el mundo dice ‘Lorca’, pero entonces, tal y como hablaba Eduardo, o era Federico, o era García Lorca, nunca ‘Lorca’ a secas...) Fue en la calle Puente de Castañeda, junto a Puerta Real, el centro de Granada. Eduardo regresaba de trabajar en el banco a eso las tres de la tarde. Volvía a su casa, una calle paralela a San Antón cuando, al llegar a Puente de Castañeda, vio a lo lejos, con ese sol de las tres de la tarde en agosto, reverberante, una figura como deslumbrada. Tenía la silueta de Lorca y Eduardo gritó, en medio de la calle vacía, “¡Federico!”. Lorca se volvió hacia él. “¡Eduardillo!”. Y así me lo contó Rodríguez Valdivieso a mí, así se lo contó a Morente y Lagartija Nick, y así se lo contó a Marcos Zurinaga. Era García Lorca. Se encontraron en medio de la calle Puente de Castañeda. Federico estaba muy nervioso, porque, según le contó a Eduardo, unos falangistas habían ido a su casa, a la Huerta de San Vicente, habían “violentado a su familia” y lo habían “violentado a él”, pegándole, incluso y sometiéndole a arresto domiciliario. Eduardo le ofreció su casa, que Lorca rechazó y le dijo que, si tenía más problemas, llamaría a su amigo Luis Rosales.
Fue la última vez que Eduardo Rodríguez Valdivieso vio a Federico García Lorca

---------------------------------- ya no escribo más sobre este flash-back, que era necesario...

Yo había conocido a Eduardo Rodríguez Valdivieso un par de años antes, en agosto de 1993, cuando decidió donar de pronto toda la correspondencia secreta que tenía de Federico García Lorca y que había ocultado, sin que nadie, ni tan siquiera su mujer, lo supiera. Tener cartas de García Lorca, y más aquellas cartas de Lorca, en las que le declaraba su amor ("Sólo te veo a tí, lleno de amor y espíritu de belleza y siento tu soledad como un hermoso paisaje donde yo me dormiría para siempre. Yo también estoy solo, aunque pienses que no, porque soy exitoso y recibo coronas de gloria. Pero carezco de la divina corona del amor…", le escribía en una de ellas) era un auténtico riesgo en los años cuarenta o cincuenta. Pero él las conservó escondidas. Luego, cuando ya dejaron de ser peligrosas, se puso de moda García Lorca y no quiso entrar en ese juego. Sólo cuando ya sentía que el final de su vida estaba cerca, decidió mostrarlas.

En agosto de 1993 yo lo entrevisté para ‘El País’ y, a raíz de aquella y de una larguísima conversación en su casa, surgió una gran amistad entre nosotros. Lo llamaba con frecuencia para tomarnos un café y que me contara cosas de Lorca y de él mismo. Y él me llamaba también muy a menudo porque le resultaba extraño que la gente joven siguiera sintiendo curiosidad por la poesía de Lorca, la Guerra Civil y cosas así.

De modo que cuando comenzamos a trabajar en ‘Omega’, le hablé a Enrique Morente y a Lagartija Nick de Eduardo Rodríguez Valdivieso. Morente se mostró encantado con la idea. Lo conocía de oídas por la donación de las cartas que había hecho a la casa-museo de Lorca en Fuente Vaqueros, pero no lo conocía personalmente, y tenía muchas ganas. Tener a alguien que hubiera estado con Lorca, que nos ofreciera información de primera mano, siempre vendría muy bien para crear ciertos ambientes en el disco.

El primer encuentro con Enrique Morente y los Lagartija Nick al completo fue en El Campo del Príncipe, una gran plaza de Granada llena de bares bajo la colina de la Alambra. Eduardo no se podía creer que estuviera allí, con Enrique Morente, y con una banda de punkis. Recuerdo que pidió su bebida favorita: Vino de Rueda. Y Morente pidió lo mismo. “Si esto es lo que bebe Eduardo y tiene ochenta años, malo no tiene que ser”, dijo. Durante mucho tiempo estaría Morente bebiendo vino de Rueda.

Eduardo hablaba de una forma pausada, tranquila, regodeándose en los detalles. Había sido actor de joven y eso se le notaba en la dicción, en la manera en que tenía de masticar las palabras y crear tensiones dramáticas en el ambiente. Nos habló de cuando conoció a Lorca en el Hotel Alambra Palace de Granada, de cuando Lorca le presentó a Rafael Martínez Nadal en un bar de Cuatro Caminos, en Madrid, en el que Federico pidió su comida favorita: carne con tomate y tortilla de patatas. “Y él, por supuesto, invitó”, apostilló Eduardo. Nos hablaba de mil detalles personales de Lorca, de su forma de andar, de su marca de cigarrillos favorita, de todo… Y nosotros, fascinados.

Al final de la noche, Enrique invitó a Eduardo a que asistiera al próximo ensayo de ‘Omega’ en la casa de Rafael Bermúdez. Y así lo hizo. Para nosotros, Eduardo era como el rey, el juez supremo que podía hablar en representación de Lorca. De decirnos si aquel experimento loco iba bien o no. “Precisamente, una locura de éstas es la que le habría gustado a Federico de haber estado vivo. Para él habría sido un honor ver lo que estáis haciendo”. Acudiría a muchos ensayos de aquellos.

Una de las noches más memorables de todas las que vivimos con ‘Omega’ fue la primera vez que se subieron juntos a un escenario Lagartija Nick y Enrique Morente. Fue en diciembre de 1995. Era un concierto de Lagartija Nick, pero ahí habían decidido todos que ya podrían ir mostrando los primeros resultados del trabajo ante un público eminentemente punki. Era en el recinto de la Feria de Muestras de Armilla, donde también se celebraba en la primavera el Espárrago Rock. La nave estaba medio llena y había bastante público, todos muy expectantes.

La primera parte la hicieron Lagartija Nick con su repertorio habitual. Un concierto que era pura tralla y el público absolutamente volcado con el grupo. Mucha marcha, buenas canciones y mucho calor en el recinto pese a ser diciembre.

Pero la gente lo que quería ver era la segunda parte del espectáculo, la colaboración anunciada entre Morente y la banda. En los camerinos, como invitados, estaban Laura García-Lorca, la sobrina de Federico, Eduardo Rodríguez-Valdivieso, su mujer, Montse; creo recordar que también estaban Luis García Montero, Ian Gibson… gente así. En el backstage, toda la familia Morente: Enrique, Estrella, Aurora, Soledad, Kiki… el guitarrista Miguel Ángel Cortés, que iba a tocar la parte flamenca con el grupo. Entonces fue cuando a alguien, no sé si a Enrique, se le ocurrió una de las ideas más brillantes de la velada:

-Eduardo, ¿por qué no subes tú y lees el poema ‘Omega’ antes de que salgamos a cantarlo? Así la gente vería a un amigo de Lorca leyendo el poema. Lorca debería alucinar con eso.

Eduardo no se lo pensó dos veces.

-A ver, dadme ese poema, que voy a subir a leerlo.

Y allí de pronto, tras tantísimos años de miedo y de silencio, ocultando unas cartas de amor, atemorizado por las posibles represalias franquistas, se encontraba ahora Eduardo Rodríguez Valdivieso subiéndose a un escenario, enfrentándose a una multitud de crestas, cadenas y chupas de cuero que jamás, posiblemente, había leído un poema de Lorca. El concierto está grabado en cinta, así como la intervención de Eduardo. Mi hermano lo tiene por ahí. Yo aquí cito de memoria.

Antes de comenzar a leer el poema, Eduardo le dijo al público: “Yo conocí a Federico García Lorca. Lo conocí y fui su amigo. Y por eso puedo deciros que si él entrara por esa puerta ahora mismo, ¡os daría un abrazo inmenso a todos!”.

El público rugió y sonó un aplauso tremendo. Nosotros habíamos temido que la gente empezara a gritar o abuchear a aquel viejecillo que se había subido al escenario. Pero se hizo un silencio sepulcral. Eduardo dijo. “Ahora voy a leer ‘Omega… Poema para muertos’”, y alguien entre el público hizo “beeeeeeeee”. La gente hizo que el tipo se callara. El silencio se podía cortar con un cuchillo. Nosotros, en el backstage, estábamos alucinados de que esa casi millar de punkis fuera tan respetuoso. Cuando Eduardo terminó de leer, hubo unos segundos de silencio y luego un larguísimo aplauso. Fue cuando Morente y los Lagartija Nick se montaron en el escenario y se desató el delirio.

Cuando Eduardo bajó, se vino hacia mí y me abrazó: “Jesús, me habéis dado una de las noches más bonitas de mi vida. Una noche que yo nunca llegaría a imaginar que me pasaría. Poder reivindicar la amistad de Federico después de tantos años de miedo. Gracias. Gracias a todos”.

Le daríamos alguna que otra noche memorable más…

Visto con la perspectiva de los años, de muchos años después, resulta curiosísimo descubrir cómo mucha gente en Granada, desde ópticas y actitudes absolutamente diferentes, desde ángulos opuestos incluso, llegó en un momento determinado a confluir en un punto común. Y todos, más o menos, al mismo tiempo. Son las casualidades de la vida que una noche, en casa de Enrique Morente, todos empezamos a descubrir mientras charlábamos entre langostinos, vodka, vino de Rueda, whisky y guitarras flamencas.

Debía ser a principios o mediados de octubre, es decir, cuando todos llevábamos más o menos un par de meses con la idea de ‘Omega’ en la cabeza cuando, una de esas noches, surgió ese tema el de las casualidades:

Y van unas cuantas...

-Enrique Morente estaba trabajando sobre un disco con versiones de Leonard Cohen que incluían sus referencias a García Lorca cuando aparecimos nosotros.

-Los Lagartija Nick llevaban unos meses intentando contactar con un cantaor flamenco porque, esa Semana Santa anterior, Erick Jiménez, durante la Procesión del Silencio en Granada, se había quedado fascinado con el sonido del tambor mientras toda la ciudad se apagaba, y sólo se oía el ruido de cadenas y de pies descalzos, sangrando, sobre los adoquines de El Paseo de los Tristes y la Carrera del Darro...

-Antonio Arias estaba obsesionado con construir unas melodías de bajos y guitarras eléctricas que pedían a gritos un cantaor flamenco y que, para él, eran una oportunidad de abrir nuevos caminos en esa tierra de nadie que siempre había sido Lagartija Nick.

-Yo tenía dos proyectos en la cabeza, larguísimos, como eran ponerle música a ‘Poeta en Nueva York’, de García Lorca, a partir del poema ‘Omega’, y escribir (ya por entonces lo tenía medio escrito) un proyecto llamado ‘Eclipse’ sobre todo lo que sucede (con música) en la Unidad de Cuidados Intensivos de un hospital, con todo lo que de alarmas, miedos y terrores significa...

-Por otro lado, Eduardo Rodríguez Valdivieso reivindicaba, 60 años después de haberlas recibido, ciertas cartas de Federico García Lorca.

-Y por otro lado también, un equipo de Hollywood, comandado por el director puertorriqueño Marcos Zurinaga, filmaba en Granada una película sobre el asesinato de Federico García Lorca protagonizada por Andy García...

De pronto, todo aquello confluyó en un mismo punto, como si hubiera sido un choque masivo de trenes. Un contacto llevó a otro. Alguien que hacía algo dijo que otra persona estaba trabajando en algo parecido. Gracias a Raúl Alcover, en el cementerio de Granada, recibí esa misma tarde la llamada de Enrique Morente. Yo, a su vez, llamé a mi hermano Antonio. Antonio llamó a Erick. Y todo sucedió como en cadena: Yo conocía a Eduardo Rodríguez Valdivieso y lo puse en contacto con Morente y Lagartija Nick. Marcos Zurinaga, el director puertorriqueño de ‘Muerte en Granada’, estaba intentando contactar con Enrique Morente y con Eduardo Rodríguez Valdivieso, y se topó conmigo. Antonio Arias y Erick Jiménez, por una puta casualidad, se toparon con Eduardo Rodríguez Valdivieso y conmigo una tarde en la Plaza de Gracia, en el centro de Granada, en la que estábamos tomando refrescos. Y aquello fue fascinante para todos. Para los cuatro.

Erick y Antonio venían de un ensayo o algo así y me vieron de lejos sentado con alguien en una terraza. Se acercaron para saludarme y les dije: “Os presento a Eduardillo, uno de los más íntimos amigos de Federico García Lorca. Sentaos con nosotros, porque Eduardo me estaba contando cosas fascinantes ahora mismo”

(Aquí creo que mi memoria me falla, porque ya no recuerdo con exactitud si nos encontramos con Erick y Antonio en la Plaza de Gracia o si nos habíamos encontrado con ellos antes, en el Camino de Ronda, y Eduardo sugirió ir a una pastelería, que estaba cerrada, y terminamos los cuatro en la Plaza de Gracia... Que ellos me corrijan...)

El caso es que estábamos de pronto sentados los cuatro en la Plaza de Gracia, al aire libre, y Antonio y Erick estaban absolutamente fascinados por lo que Eduardo nos contaba... Erick es un apasionado absoluto de la historia de Granada. Se lo sabe todo sobre la ciudad: por qué está esta fuente aquí, por qué esta avenida se llama así, de dónde surgió esta música o esta tradición... Le puedes preguntar sobre lo que quieras de Granada, que siempre te dará una respuesta. Muy al contrario de la fama que tiene, de colgado, drogota, pirado e indisciplinado, es un tío con una cultura como un tren, un devorador de libros innato y el mejor imitador de cantautores que he conocido nunca. No imitador: recreador: le das una guitarra a las tres de la mañana, con todo el mundo harto de whisky, le dices: “Haz una canción en plan Sabina” y en treinta segundos te está tocando una canción no de Sabina, sino como Sabina habría compuesto esa canción. Imita la voz, el estilo e improvisa los versos. Le dices: “Ahora, en plan Joan Manuel Serrat”. Y lo clava. Improvisa textos, versos, de todo. Le dices: “Amaral”. Y te suelta: “Una cosa es una cosa, y otra es ser gilipollas...”

No es de extrañar que Morente flipara con los dos, con mi hermano Antonio, que es una puta esponja absorbiendo estilos, maneras, ritmos, ideas, y con Erick, que es un trallazo como músico. Si yo he flipado como nunca en mi vida viéndolos a los dos solos en el ensayo haciendo versiones improvisadas de los T.N.T., así, de pronto, que nos daban veinte mil vueltas a los T.N.T., pues imaginad lo que tuvo que sentir Morente...

Volviendo a aquella tarde...

Antonio y Erick alucinaban, literalmente, absortos como estaban con Lorca, de escuchar en primera persona a alguien que lo había conocido de verdad. Que sabía cómo se movía, cómo hablaba, cómo sonreía. Yo me sentía como un maestro de ceremonias, porque Eduardo, Eduardillo, ya me había contado todas esas historias antes, y ya me las sabía, pero me encantaba jugar el papel de decir: “Eduardo, cuéntales lo de Cuatro Caminos”, “Eduardo, cuéntales lo de Gallego Burín”, “Eduardo, cuéntales lo de...”

Y ellos, con ojos como platos... “Don Eduardo”, le dijo finalmente mi hermano. “Para nosotros sería un honor presentarle a Enrique Morente e invitarle una noche, si puede, a lo que usted quisiera y charlar todos juntos con usted”.

Eduardo respondió: “¡Faltaría más! Yo de Enrique Morente he escuchado hablar muchísimo, y también de Lagartija Nick. Que seré viejo y todo eso, pero a mí la música me gusta toda. Y hasta las guitarras eléctricas...”.

Una o dos noches después, fue Morente quien lo invitó, y una o dos noches después, Eduardo, Eduardillo Rodríguez Valdivieso, con sus ochenta años a cuestas, su dolor de piernas al subir las escaleras, con su mujer, Montse, ayudándolo, presenciaba “en directo” el primer ensayo de ‘Omega’, de Lagartija Nick y Enrique Morente en la casa de Rafael Bermúdez.


Semanas después, ya en el otoño de 1995, Enrique Morente, que se sentía completamente fascinado por lo que nosotros llamábamos ya el ‘Proyecto Omega’, sugirió que, en lugar de estar ensayando aquí o allá, y grabándolo todo en un cuatro pistas (mi hermano Antonio tiene en casa grabaciones memorables de maquetas en las que él sólo iba haciendo las canciones... grababa y regrababa, me las ponía por teléfono... Piezas como ‘Asesinado por el cielo’, ‘No duerme nadie...’, cosas así...), Lagartija Nick y él podrían meterse en un estudio local y grabar maquetas a bajo presupuesto.

Para Morente, entonces, como hoy, grabar maquetas ‘a bajo presupuesto’ es meterse en un estudio de grabación y tirarse semanas grabando cosas. ¿500.000 pesetas? ¿Un millón de pesetas? Eso es lo que cuesta una maqueta en el Universo Morente. Para Lagartija Nick, o para mí, ése sería el presupuesto de un disco doble. ¿Un millón de pesetas en un estudio de grabación? El último disco de T.N.T... en ese mismo estudio, un disco en directo, nos había costado 75.000 pesetas de nuestro bolsillo, a cada uno... Una fortuna.

De pronto, Lagartija Nick se volvía a mover en los presupuestos de una multinacional. Gracias a Morente, disponían de semanas, meses incluso para ensayar y grabar ideas. Para tener, permanentemente, el estudio, aunque fuese un estudio pequeño, sin muchas posibilidades, a su disposición.

Al grupo le encantó la idea y, sobre octubre de 1995, se encerraron con Morente para trabajar.

A mí me invitaron para las primeras sesiones de ‘Omega’, ya que yo había sido el que había sugerido la idea.

Se hicieron múltiples versiones iniciales del poema ‘Omega’... Todas las tomas posibles. Mis sugerencias. Las sugerencias de Erick. Las sugerencias de mi hermano. Las sugerencias de Enrique. Se grabó todo. Mi hermano Antonio, de hecho, lo tiene grabado todo en casa, desde la maqueta más simple hasta el resultado final. Antonio siempre lo graba todo, siempre hace un diario de cualquier sesión de grabación. Sus diarios y apuntes son formidables. Lo registra todo. Desde el primer single de The Beatles hasta lo último que han hecho Nine Inch Nails, pasando por Mozart, Beethoven o Kapsberger. En su casa no tiene libros: tiene CDs de todo el mundo. Revistas que hablaban en 1987 de 091, maquetas en cinta con José Ignacio Lapido, todos los apuntes de ‘La Guerra de los Mundos’...

...Y todo ‘Omega’, por supuesto. Desde las 113 páginas que yo le entregué a Morente como proyecto inicial hasta la brutal versión que él grabó, sólo a base de bajos y ‘loops’, con caja de ritmos, de ‘Helter Skelter’...

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De modo que Morente y los Lagartija Nick se encerraron en el estudio ‘Bernardi’, de Armilla y se pusieron a trabajar, una y otra vez, en versiones diferentes, tomas nuevas, dándole cuerpo a ‘Omega’. Mi otro hermano, José Ángel, y yo, mientras tanto, tratábamos de darle una forma diferente al disco, proponiendo alarmas, loops, ensanchando cierto universo musical. Finalmente, José Ángel siempre terminaba sugiriendo ideas realmente atrevidas que no acababan de cuajar por insolentes: Conceptos como vídeos en los que una bailarina flamenca iba taconeando sobre retratos de Federico García Lorca que eran sucesivamente aplastados, destrozados, como una forma de aplastar a Lorca... Cánticos budistas atropellados por un ejército de coches y de aviones... La sensación que Lorca trataba de expresar en ‘Poeta en Nueva York’: “Geometría y angustia”, o ‘Angustia y geometría”...

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Hay que leer ‘Poeta en Nueva York’, y ‘Tierra y Luna’, y ‘El Público’ para entender ‘Omega’. Hay que desechar todos los tópicos (naturales, comprensibles, por cierto) que se tienen en torno a Federico García Lorca. Hay que leer a Ian Gibson, escuchar ‘Spanish bombs’ o tratar de comprender por qué tanta gente se siente fascinada por García Lorca, que no es un símbolo de nada. Hay que leer a Lorca a oscuras... Entender el por qué sucedió ‘Omega’. Por qué Mick Jagger cita a García Lorca en sus entrevistas. O por qué Joe Strummer quería sacarlo de la tumba. O Ian Gibson. O Morente. O Camarón de la Isla.

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Mucha gente dice, y con razón: “¿Y por qué tanto Lorca?”. Y es cierto. A mí Federico García Lorca me aburre un montón en ‘Romancero gitano’, en ‘Mariana Pineda’. En sus primeros poemas. Yo soy de la opinión de mis hermanos José Ángel y Antonio: “De García Lorca habría que pisotear ciertos libros”. Pero ‘Poeta en Nueva York’, como libro de poemas, es demencial, tremendo. Desde que lo leí por primera vez, siempre he tratado de escribir como Lorca a la hora de escribir canciones. De romper, como él hacía, todas las reglas del mundo. De buscar la metáfora más imposible... Sólo se puede entender a Federico García Lorca leyendo ‘Poeta en Nueva York’ en mi opinión.

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Si algo de belleza hay en el disco ‘Omega’ es la mezcla de grito rabioso del flamenco, la brusquedad del punk y la inmensa ternura de los versos de un poeta asesinado a la intemperie.

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Tal vez ‘Omega’ es un disco para recordar por eso. Porque tiene, además, mucho sentimiento...

En el estudio de Ángel Bernardi, en Armilla (un pueblo a sólo un par de kilómetros del centro de Granada) se produjeron durante los meses de octubre, noviembre y diciembre, según creo recordar, momentos realmente hermosos en cuanto a la colaboración de Lagartija Nick y Enrique Morente se refería. El grupo, poco a poco, iba tomando confianza con el ‘maestro’, como le llamábamos todos (hasta que él empezó a llamarnos a Antonio, Erick y a mí ‘hermanicos’, como si fuésemos de su familia), y a tener cada vez más y más soltura, sin cortarse un pelo en plan: “¿Le gustará esto a Morente, no le gustará?”. Antonio trabajaba ávidamente por las noches en las canciones, la banda estudiaba el material en el Estudio por la mañana, Erick iba aportando cosas, Juan Codorniú y Miguel Ángel ensayaban guitarras y luego, por la tarde, llegaba Enrique y se ponían a trabajar hasta bien entrada la madrugada.

Así empezó a construirse un repertorio realmente bueno del que gran parte no llegaría a ver la luz nunca: canciones como ‘Esto no es manera de decir adiós’, que era una auténtica preciosidad; la versión Lagartija de ‘Pequeño Vals Vienés’, en la que mi hermano, no sé si lo he escrito antes, le hacía un guiño a los Beatles introduciendo una secuencia de compases de ‘I want you’; ‘Dama errante’, otra canción de Leonard Cohen que había sido adaptada por Luis García Montero... Hubo, en definitiva, un montón de material que daba no para uno, sino para dos discos, el que Morente tenía pensado inicialmente como homenaje a Leonard Cohen y el ‘Omega’ propiamente dicho, con material exclusivo centrado en García Lorca.

Durante una de aquellas primeras sesiones en el estudio de Bernardi, una noche, tras muchas horas de trabajo, en el bando Lagartija Nick nos quedamos bastante sorprendidos al descubrir una cosa. No recuerdo qué tema habían grabado en las bases y que estaba listo para que Morente le metiera las voces. Me parece que era ‘Aleluya’, una canción rítmicamente simple, a un compás de compasillo, el famoso 4/4 que se utiliza siempre en la música rock, en la música pop, en cualquier clase de música popular. Cuatro golpes rítmicos con la misma duración: uno, dos, tres, cuatro; uno, dos, tres, cuatro...

Hasta entonces, Morente había estado cantando por seguiriyas, por bulerías, por soleares, por granaínas, por medias granaínas, por cañas, por martinetes, por todos los palos habidos y por haber del flamenco, y hacía auténticas maravillas. Nosotros, de flamenco, no teníamos ni la más zorra idea, pero cuando Morente cantaba algo y hacía un quiebro con la voz, mánagers, acompañantes, familia y amigos suyos se arrancaban con un ‘¡Ole, qué arte...!’ de una manera espontánea. “Acaba de clavar una seguiriya por Enrique el Mellizo”, no explicaba entonces Juan Mesas. “Eso es algo dificilísimo para un cantaor. Y Morente la ha clavado. Esto va a ser la hostia, este disco va a ser la leche...”.

Yo tenía a veces la sensación de que el flamenco es como una corrida de toros: que tienes que ser un entendido de la hostia para apreciarlo y que, seguramente, cuando lo entiendes, lo disfrutarás un montón y hasta se te pondrá la piel de gallina como a mucha gente se le pone la piel de gallina en una plaza de toros. Morente es, además, un inmensísimo apasionado de los toros (al verano siguiente le dio por invitarnos a los toros en la feria de Granada y yo me tragué unas cuantas corridas... eso sí: el espectáculo en sí, me repugnó bastante, pero me hizo filosofar muchísimo sobre la vida y la muerte, algo que me serviría bastante luego a la hora de ponerme a trabajar en ‘Eclipse’... La forma en que, en diez minutos, ni un segundo más ni un segundo menos, y si te pasas, te dan un aviso, un hermoso animal, fuerte y orgulloso, como escribió una vez Manuel Vicent, termina hecho una albóndiga, carne para los supermercados, carne picada, cuarto y mitad para el filete de la noche... Pero bueno, eso es para otro tópic...).

Morente tenía mucho de eso, de arte torero cantando. Mucha sabiduría. Mucha cultura flamenca. Mucho saber si aquí, en este compás, en estos dos segundos y medio que le quedan para que meta un cante, puede colar una letra de Antonio Chacón y caer en el compás... Cosas así. Y en eso, era un fiera, de verdad.

Pero, curiosamente, Morente desconocía lo que era el compás más simple del mundo, el 4/4. Estaba tan acostumbrado a un compás de 5/2, a un 6/8, a un 7/4, a compases complejísimos que iban alterándose continuamente, y no sólo alterándose, sino alternándose, que se sintió perdido al tener que cantar a ritmo de un grupo de rock, con una batería que le marcaba continuamente por dónde debía ir y cuándo podía entrar o salir.

Lo intentó una vez, otra vez, otra vez más, y otra vez, y decenas de veces: nunca entraba cuando tenía que entrar. Empezó a cundir el nerviosismo. Primero se metió Erick con él en la sala de micros donde él estaba cantando y le hacía signos para que entrara a cantar. No hubo manera. Luego entró Antonio. Luego entré yo. Y nada. Morente comenzaba a angustiarse y a sentirse perdido. Veía cómo todos nosotros hacíamos los mismos gestos en el mismo momento y se daba cuenta de que se estaba perdiendo algo, de que había algo que él no conocía y que nosotros sí. Debía tener la sensación de estar en un país extraño en el que todos los que le rodean saben hablar un idioma y él no entiende una palabra.

Por nuestra parte, aquello nos resultaba sorprendente: un tío que tiene un dominio tan magistral del compás, un tío que tiene en la cabeza millones de ritmos diferentes y simultáneos, un matemático puro del lenguaje flamenco, capaz de desarrollar mentalmente raíces cuadradas, era incapaz de sumar dos y dos. Y así estuvo Morente, equivocándose en cada entrada, grabando y volviendo a grabar, hasta que Juan Mesas, su mánager, intervino: “Enrique, lo que estos muchachos quieren decirte es que entres o por martinete o por alegrías... Deja la soleá y la seguiriya al lado y vete por alegrías”. “¡Santo Dios...!”, exclamó por fin. “¡Cojones...! ¡Ahora me doy cuenta!... Anda, Bernardi, pasa otra vez la cinta. Y vosotros”, nos dijo a Erick, Antonio y a mí, “salíos, por favor, que yo ya me entiendo”.

La clavó a la primera.

Para nosotros resultó muy chocante aquello, la falta de práctica de los músicos flamencos sobre un ritmo tan simple como el 4/4. Morente fue el primer ejemplo. Pero luego pasaría exactamente igual con artistazos como Tomatito, Miguel Ángel Cortés y muchísimos percusionistas. El único que conocía el lenguaje del rock y que habló de tú a tú con Lagartija Nick cuando había que hablar de rock fue Vicente Amigo, que domina con la misma precisión la guitarra flamenca como la guitarra eléctrica y que es brutal cuando se pone a versionear a Jimi Hendrix con una Fender Stratocaster en la mano... Vicente Amigo sería el responsable de una de las canciones más hermosas, en mi opinión, de ‘Omega’, ‘La aurora de Nueva York’: él compuso la música, se encerró con Enrique y en un par de días el tema estaba listo.

Las cosas rodaban tan bien e iban tan rápido en el estudio de Armilla, todos los involucrados teníamos la sensación de que allí estaba ocurriendo algo importante, que Morente decidió comprar personalmente, pagado de su bolsillo, lo último en la tecnología digital de entonces: un sistema de grabación multipistas que, en lugar de utilizar DAT, las cintas más famosas entonces de precisión digital, utilizaba cintas DAT del tamaño de una cinta de video. Y podías tener como 24 cintas de vídeo, cada una con sus respectivas pistas, funcionando en 24 grabadoras diferentes de modo simultáneo. Una auténtica locura cuando llegó al estudio aquel enorme mamotreto. Así, Morente podía grabar sus voces infinidad de veces, todas las que él quisiera. Luego grabar a los Lagartija Nick. Luego elegir las voces que más le gustaban, los momentos de las voces que más le gustaban y encajarlo todo en la mezcla final.

Era una locura, porque el sistema que utiliza Morente para grabar es bastante complejo: Digamos que en la pista 1 él graba un cante, y le gusta mucho como ha cantado el primer verso, pero no le gusta nada como ha cantado el segundo; el tercero le parece aceptable, pero lo puede mejorar. El cuarto verso le ha quedado níquel. Como no está del todo satisfecho con la grabación, en lugar de borrar y grabar de nuevo, se va a la pista 2 y graba otra vez el mismo cante. No le gusta el primer verso, pero sí el segundo. El tercero no vale. El cuarto tampoco. Decide entonces grabar en la pista 3. Le gusta cómo ha grabado una palabra de la letra del primer verso. Le gusta cómo ha quedado la respiración del segundo verso. Le gusta cierto deje, en la 0,234 milésima de segundo del tercer verso. El cuarto verso tiene un ruidillo. Graba en la pista 4...

Y así, hasta en 24 pistas. Luego se programa el ordenador con todo lo que le ha gustado a Morente y el sistema digital graba el primer verso que le ha gustado a Enrique, la respiración del verso 2 en la pista 19 para el segundo verso, el deje en tal palabra en la pista 14 del tercer verso y el aire que hay en la milésima 0,234 del cuarto verso en la pista 23... Por ejemplo.

Y eso, para un cante de cuatro versos y de un minuto de duración.

Aquel sistema era el juguete ideal para un músico perfeccionista. Morente lo utilizaría de nuevo, muchos años después, para el primer disco de Estrella Morente. Recuerdo que la hizo cantar hasta 15 veces diferentes una misma copla pista sobre pista. Es un trabajo de hormigas. Pero no muy distinto del que empleaban Bach, Mozart o Beethoven escribiendo y reescribiendo sobre partituras que tienen 24 pentagramas, a pentagrama por instrumento y, a veces, con pentagramas hechos para grupos de dos o tres instrumentos cada uno. Un sistema, aquel de los vídeo-DAT, muy brillante, por cierto, y muy bien empleado por Morente... Aunque ya existían, los CDs grabables eran una ‘rara avis’ en 1995...

En Granada, por entonces, ya se comentaba tanto la colaboración de Morente y Lagartija Nick (las noticias vuelan en esta ciudad) que el diario ‘Ideal’, el único que circulaba entonces por la ciudad, envió a un periodista, Santiago Sevilla, al estudio de Bernardi para hacer un reportaje sobre la preparación del disco. Santiago Sevilla escribió un magnífico reportaje a doble página en el suplemento semanal contando la historia de la colaboración, gráficamente ilustrado y muy interesante.

Inmediatamente, comenzaron a surgir llamadas de todo el país interesándose por el proyecto. Había expectación por todo aquello que, en la opinión de todos nosotros, entonces, sólo estaba en una fase embrionaria. Pero, con tanto interés, Morente nos convocó a una reunión una de aquellas noches, creo que sería sobre noviembre, y nos dijo que el disco tenía que ser grabado YA, que había que ponerse las pilas y trabajar cuanto antes con todo el material. Morente había llamado a Sony, la multinacional en la que estaba Lagartija Nick, y había hablado con el productor que apostó por uno de sus primeros discos. Sony parecía estar muy interesada en ‘Omega’ y querían que, cuanto antes, Morente les enviase maquetas.

Yo, el ‘Perfeccionista’, no estaba de acuerdo. En mi opinión, según dije en aquella reunión, ‘Omega’ tendría que madurarse mucho más, tendría que estar mucho más ‘masticado’. “Cada verso, cada poema de Lorca”, dije, “tiene que tener un ambiente, una atmósfera”. Luego propuse: “Podemos hacer una cosa: hay mucho interés por esto de que uno de los mejores cantaores flamencos del mundo haga un experimento con un grupo punk. Esa idea, ya de por sí, es la hostia. Abre muchas puertas. Lo que podemos hacer es centrarnos en el proyecto de Leonard Cohen, sacar un disco de versiones de Leonard Cohen mezclando flamenco y punk, y que tenga una repercusión internacional, mientras, lentamente, vamos trabajando en ‘Omega’ y ‘Poeta en Nueva York’, y ahí nos dedicamos más a experimentar”.

Después de horas de discusiones entre Morente, Lagartija Nick, mánagers, llamadas telefónicas de Sony y demás, se decidió que se iba adelante con lo que se tenía: una mezcla de Leonard Cohen y ‘Omega’. Morente se sentía presionado porque su colaboración con Lagartija Nick ya era un rumor a voces en el mundo flamenco y ya le habían llegado ‘toques’ de que un montón de cantaores estaban en contacto con grupos de rock para hacer lo mismo, de que Sony estaba haciendo otras ofertas. De que había una especie de desbandada general. Un ‘Al ataque’ del flamenco fusionándose con cualquier otro tipo de música.

Yo me seguí oponiendo y defendiendo la idea inicial de ‘Omega’: Un disco extraño, disparatado, en el que se usarían flamenco y alarmas industriales, seguiriyas y helicópteros, rios de aceite, rosas químicas, sonidos de barcos que buscan ser mirados para poder hundirse tranquilos, un cantaor flamenco en lo alto del rascacielos más grande de Nueva York, zapateados flamencos rompiendo cristales.

Nueva llamada de Sony: Querían lo que Morente y Lagartija Nick tuvieran en aquel momento. Morente y Lagartija Nick estuvieron de acuerdo. Tenían que grabar ya. Abandoné la reunión, me fui a casa con cierta amargura y media hora después recibí una llamada de Morente. Me pedía que no los dejara en la estacada, que yo había sido el tío de las ideas, y el que los había puesto en contacto, que él quería que yo estuviera en todas las sesiones de grabación dando consejos, diciendo esto y aquello.

Yo le dije que no estaba de acuerdo con la decisión que habían tomado, que todos, tanto él como los Lagartija, estaban dejándose llevar por la presión, que mi idea inicial de ‘Omega’ era sólo una idea que yo había dejado flotar en el aire para que ellos hicieran con ella lo que quisieran, pero que no estaba de acuerdo con que la presión de una multinacional los forzara a grabar no sé cuantas canciones en cuestión de días. Yo, a Morente, en esos momentos, lo apreciaba y admiraba un montón, pero también me di cuenta de que ‘Omega’ ya no era una cosa que me perteneciera a mí. Durante las primeras sesiones de grabación, cantaor y grupo habían encontrado su propio sonido, su sonido personal, y les iba de puta madre. Salían cosas increíbles que a mí jamás se me habrían ocurrido. Mi hermano Antonio llegaba con ideas bestiales que no se me habrían pasado por la cabeza en años. Y lo que habían aprendido de Morente, de flamenco, no estaba escrito.

Le dije a Morente que era mejor que yo estuviera fuera del proyecto en un sentido musical. Que ellos, por sí solos, lo hacían de puta madre y que mi función, en todo momento, había sido la de dar ideas, sugerir cosas, que es algo muy diferente de ser, por ejemplo, guitarrista de los T.N.T., en que tú llegas, planteas una canción, la tocas, se la explicas a tus compañeros, hablas de cómo debe sonar y todo un grupo se pone a ensayar. Y hay paradas, y correcciones, y tus compañeros aportan ideas. Unas se adoptan, otras no. Al final, la canción no es tu obra, sino el trabajo de un equipo de personas que dejan su trocito de amor y cariño en una idea común.

Me pareció que era el momento de dejar que Lagartija Nick y Enrique Morente volasen solos, e hiciesen su propia música. Y bastante orgulloso me sentía ya de que ese futuro disco se llamase ‘Omega’...

¡Joder! El día que lo ví en los escaparates de las tiendas, con ese título, ‘Omega’, me acordé de aquel día de 1983 en que me compré un montón de libros y el LP de Peter Gabriel ‘The Rhythm of the Heat’, y leí por primera vez ‘Omega (poema para muertos)’... Y ahí estaba.

Puedo decir que soy el ser humano que más ha leído, releído y entendido ese poema... que sólo tiene 13 versos... Y el que más ha buscado el manuscrito original...

…“Las hierbas”

Paradójicamente, y a pesar de la insistencia e interés inicial de Sony por el proyecto ‘Omega’, cuando la compañía recibió la primera remesa de maquetas que Lagartija Nick y Morente habían grabado en el estudio, y pese a que el responsable de oírlas (y eso me lo comentó mi hermano el otro día cuando leyó por encima algo de lo que había escrito en el foro) había sido el tipo que más influyó en que, en su momento, Enrique Morente tuviera algunas de sus oportunidades discográficas en los años setenta y ochenta (siento no recordar el nombre del tipo), Sony rechazó la idea. Les pareció un disco “malo”, “no vendible”, “pretencioso” y algunos adjetivos más. Poco menos que “una mierda”.

Hubo un pequeño cataclismo en Granada que fue el que generó la inseguridad en el entorno de Enrique Morente que tanto afectaría a la idea inicial unos meses después.

Morente, hasta entonces, estaba convencido de que todo era un absoluto hallazgo, un camino muy nuevo y muy diferente por el que explorar. Él jamás había sufrido las reticencias de ninguna compañía discográfica a emprender una nueva aventura. Ni cuando hizo ‘Sacromonte’, ni cuando hizo ‘Misa flamenca’ (el mejor de los discos de Morente en mi opinión, un disco que nunca he dejado de escuchar después de 15 años), ni cuando hizo ‘Alegro Soleá-Fantasía del Cante Jondo’ (otra obra maestra junto al compositor y director de orquesta suizo Antonio Robledo -Armin Asinger es su verdadero nombre-, en la que yuxtaponía música sinfónica y cante flamenco de la manera más formidable y hermosa que he escuchado nunca: un disco imprescindible para un amante del flamenco y de la música clásica). Nadie le había puesto pegas, siquiera, a otro experimento-aventura de Morente, ‘Negra, si tú supieras’, un disco en el que trataba de mezclar cantes flamencos con poetas sudamericanos del siglo XX y música cubana y sudamericana...

Que ‘Omega’, que sonaba a discazo por todos sitios, fuera rechazado por Sony fue un absoluto jarro de agua fría para Morente, que se sintió desolado. Tanto Lagartija Nick como Morente se quedaron algo parados, desconcertados, y hubo algunos días en las sesiones de estudio en Armilla en que, en lugar de grabar y grabar con ímpetu, como se había hecho hasta entonces, se pusieron a reescuchar todo el material que habían mandado a la compañía para ver en qué habían fallado, qué era lo que no había gustado, que era lo que hacía que, mientras la gente que visitaba el estudio saliera fascinada de él, otra gente, a 500 kilómetros de distancia, tirara las cintas a la basura.

Yo sabía lo que era, porque lo había vivido algunas veces, mucho antes, en propia carne: pura ignorancia, puro catetismo. Lo que pasa hoy: gente a la que han puesto en un cargo de responsabilidad en la gerencia de una compañía discográfica que conoce mucho de números y leyes, pero que no tiene la más mínima idea de música. Analfabetos. Los mismos AR de toda la vida de las compañías discográficas que en 1985 habían escrito un informe a Zafiro mientras Joe Strummer estaba produciendo ‘Más de cien lobos’, de 091, diciendo que aquel inglés “extraño” era “un borracho que llega tarde a las sesiones de grabación”... La gente, esa gente yuppie de las compañías, que te come la oreja por la noche, con doce whiskies en el colecto, hablándote de lo divina que es Chenoa o del crack que es David Bisbal.

Y esa gente, puedo decirlo, existe. Y existe en el mundo real. Me lo contaba Joe Strummer. Me lo contó mi hermano Antonio. Yo pude verlo. Pijos catetos engominados que deciden si esto vende o si esto no. Son los que están al mando de las Operaciones Triunfos, los Grandes Hermanos y demás bisutería barata.

Esos mismos ‘cerebros’ juzgaron que ‘Omega’ era poco menos que una mierda. Y los artistas involucrados en el proyecto se quedaron muy tocados. Morente, mucho. Muchísimo. Muy desconcertado.

Comenzaron días de alcohol y conversaciones. De pronto sonaba el teléfono de mi casa a la una de la mañana y era Enrique que me preguntaba si estaban haciendo las cosas bien. Otra noche sonaba el interfono de mi casa, y era Enrique, que estaba en la puerta, con una botella de J&B y que quería subir para que jugáramos al ajedrez, emborracharnos hasta quedarnos fritos, y “tener ideas”, como él decía. Bebíamos y bebíamos sin parar desde las once o las doce de la noche en casa, escuchando música, con libros de Lorca abiertos de par en par encima de la mesa, de los sillones, del sofá, con el tablero de ajedrez, con un cuaderno de notas a mi lado y, cada vez que, en plena euforia etílica, yo sugería algo, Morente me decía: “Apunta, apunta. Ésa es una buena idea”.

Yo lo fui convenciendo de que el rechazo de Sony era simple cateterío. Le conté mi historia con DRO y los T.N.T., la oferta que habíamos recibido de Peter McNamee para grabar un LP de la hostia y cómo el analfabetismo de Servando Carballar nos había jodido hasta los cimientos del grupo, le hablé de Joe Strummer y el fracaso de ‘Sandinista’ por culpa de los ejecutivos de CBS (ahora Sony) en Estados Unidos...

(*) Nota para los curiosos: No, Joe Strummer y Enrique Morente nunca se conocieron personalmente en Granada pese a la curiosidad de los dos, muy viva, de encontrarse algún día. Pero dio la mala suerte de que, cuando venía Joe Strummer a Granada, Enrique vivía entonces en Madrid, y cuando Enrique venía a Granada por fiestas en los años ochenta, Joe estaba en Londres. Eso sí: Strummer siempre tuvo muchísimas ganas de conocer a Morente.

En aquellas noches de J&B, ajedrez e ideas en mi casa, Enrique Morente y yo nos hicimos íntimos amigos. Él había decidido llamarnos ‘hermanicos’ a Erick, Antonio y a mí semanas antes. El teléfono sonaba a veces a las tantas, yo lo cogía y era Morente: “Hermanico, me voy a tu casa y tenemos ideas, ¿qué te parece?”. “Me parece bien”. Y se venía.

Mientras tanto, Juan Mesas, otro personaje que debería ser un forero, al que le tengo un cariño increíble, íntegro como nadie, amigo de sus amigos, un maestro del cante y un profundísimo conocedor de la música y del flamenco, mánager entonces de Enrique (y vuelve a serlo ahora, después de un divorcio), gestionaba con todas las compañías discográficas de Madrid la posibilidad de grabar ‘Omega’.

Una tras otra, vista la reacción de Sony (la compañía, hasta entonces, de Lagartija Nick, por cierto) iban devolviendo las cintas y diciendo “No”. Que era un proyecto que no tenía salida, que el público potencial era escaso, que el disco sería rechazado tanto por los seguidores del flamenco como por los seguidores del rock, que el disco era inclasificable, y que no podría ser editado por las divisiones de flamenco puro o por las divisiones de rock alternativo... En cuestion de dos o tres semanas, fue una hostia tras otra. Y mientras, Morente y los Lagartija Nick grabando en Armilla, la cuenta registradora del estudio sumando miles de pesetas a la hora, el proyecto titubeante, mucha confusión entre los músicos, la euforia inicial apagada por completo.

Alguien, uno de los acompañantes de Morente, sugirió parar del todo, pagar las deudas, el mamotreto con todas aquellas pistas grabadas, e irse todos a casa. Morente no lo dudó ni un segundo: “Esto va p'alante aunque a mí me cueste los dineros, pero esto va p'alante”. Los Lagartija Nick lo secundaron. “Por nosotros, lo que quieras Enrique”. Recuerdo que Morente, con ese sentido grandioso del humor que siempre tiene, les preguntó: “¿Y si nos meten en la cárcel?”. Y Erick, siempre el primero en responder: “Pues que a mí me echen 20 años de aburrimiento, o de hastío, como dice Jesús. Vamos a por Manhattan y luego nos vamos a por Berlín”.

Un par de días después, recibieron la llamada más extraña del mundo. Procedía de la revista ‘El Europeo’. El director de ‘El Europeo’, una revista dedicada a temas ciudadanos, reportajes sobre abusos de bancos sobre ciudadanos, defensa ecologista y cosas así, había recibido una maqueta de ‘Omega’ y se había interesado mucho en ella. Se trataba de una gestión desesperada de Juan Mesas que, una vez agotadas las discográficas, había emprendido una campaña de envío de maquetas a revistas, periódicos, lo que fuera... alguien capaz de financiar económicamente ‘Omega’.

Y la revista ‘El Europeo’ había respondido. Jamás en su vida habían editado un disco. No tenían ni la más mínima idea de cómo se crea una compañía discográfica, ni de cómo funcionaba el negocio de la música. Pero estaban absolutamente decididos a editar ‘Omega’, a invertir todo lo que hiciera falta para que el disco saliera.

Nosotros pensamos, en un principio, que la idea de la revista era sacar el disco como esos CDs que van insertados en las revistas mensuales en plan de regalo: “Por 3 euros más, llévese este CD”, se diría hoy...

Pero no. ‘El Europeo’ estaba decidido a crear una compañía discográfica con el único fin de editar ‘Omega’. Juan Mesas había hecho toda la gestión y un día Enrique Morente recibió una llamada personal del director de la revista en la que le proponía un encuentro, en Granada, para que dijeran todo lo que era necesario en la producción, cuánto dinero habría que invertir y hablar del proyecto...

El encuentro se produjo en el Hotel Granada Center (siento no poder decir la fecha, porque no me acuerdo, pero sí que hubo un ambiente de enorme cordialidad y mucha simpatía). Por parte de ‘El Europeo’ venían una especie de redactor jefe de la revista, un gerente, asesores... gente así. Por nuestra parte estábamos Enrique Morente, Juan Mesas, los Lagartija Nick y yo. Nadie más, creo.

Tomamos café. Charlamos. Morente, como representante artístico de todos los presentes, explicó a su manera ‘Omega’, lo que él quería conseguir y, en cuestión de unos 45 minutos, los representantes de ‘El Europeo’ habían dicho que sí. Mencionaron estudios de grabación en Madrid, fechas para grabar, quién podría diseñar portada… bla, bla, bla…

Negocio cerrado.

’Omega’, por fin, tenía una financiación decente. Aquello fue una inyección de optimismo para Lagartija Nick y para Enrique Morente. Los de ‘El Europeo’ se alojaron en el hotel con sus contratos y sus maletines, y Morente y nosotros nos fuimos a La Tertulia (un pub no muy lejos del hotel) a emborracharnos y brindar por el proyecto. Comprendí lo duras que pueden ser unas negociaciones para crear un disco. Entendí todas las presiones que Morente tenía encima y cómo hay que hablar de dinero siendo artista, siempre serpenteando: “...Bueno... a mí”, les decía Morente a los de ‘El Europeo’, “me gustaría que en una canción me acompañara... esto... un tocaor como la copa de un pino... un guitarrista inmenso... Tomatito... ¿Es posible?”... Y los negociadores de ‘El Europeo’: “¿Cuánto cobra Tomatito?”. Y Morente: “...Pues, a ver... guitarrista de Camarón... acompañante de Paco de Lucía... Unas 600.000 pesetas... ¿Es posible?”. Los agentes: “Complicado”. Y Morente: “¿Y si consigo que por ser él conmigo, unas 500.000?”. Los abogados: “Es razonable”.

Y entonces, a firmar y firmar y firmar y firmar.